viernes, 28 de junio de 2013

LA AJORCA DE ORO (Leyenda de Toledo) de Gustavo Adolfo Bécquer



Ella era hermosa, hermosa con esa hermosura que inspira el vértigo, hermosa con esa hermosura que no se parece en nada a la que soñamos en los ángeles y que, sin embargo, es sobrenatural; hermosura diabólica, que tal vez presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus instrumentos en la tierra.

El la amaba; la amaba con ese amor que no conoce freno ni límite; la amaba con ese amor en que se busca un goce y sólo se encuentran martirios, amor que se asemeja a la felicidad y que, no obstante, diríase que lo infunde el Cielo para la expiación de una culpa.

Ella era caprichosa, caprichosa y extravagante, como todas las mujeres del mundo; él, supersticioso, supersticioso y valiente, como todos los hombres de su época. Ella se llamaba María Antúnez; él, Pedro Alonso de Orellana. Los dos eran toledanos, y los dos vivían en la misma ciudad que los vio nacer.

La tradición que refiere esta maravillosa historia acaecida hace muchos años, no dice nada más acerca de los personajes que fueron sus héroes.

Yo, en mi calidad de cronista verídico, no añadiré ni una sola palabra de mi cosecha para caracterizarlos; mejor.

El la encontró un día llorando, y la preguntó:

¿Por qué lloras?

Ella se enjugó los ojos, lo miró fijamente, arrojó un suspiro y volvió a llorar.

Pedro, entonces, acercándose a María le tomó una mano, apoyó el codo en el pretil árabe desde donde la hermosa miraba pasar la corriente del río y tornó a decirle:

¿Por qué lloras?

El Tajo se retorcía gimiendo al pie del mirador, entre las rocas sobre las que se asienta la ciudad imperial. El sol trasponía los montes vecinos; la niebla de la tarde flotaba como un velo de gasa azul, y sólo el monótono ruido del agua interrumpía el alto silencio.

María exclamó:

No me preguntes por qué lloro, no me lo preguntes, pues ni yo sabré contestarte ni tú comprenderme. Hay deseos que se ahogan en nuestra alma de mujer, sin que los revele más que un suspiro; ideas locas que cruzan por nuestra imaginación, sin que ose formularlas el labio, fenómenos incomprensibles de nuestra naturaleza misteriosa, que el hombre no puede ni aun concebir. Te lo ruego, no me preguntes la causa de mi dolor; si te la revelase, acaso te arrancaría una carcajada.

Cuando estas palabras expiraron, ella tornó a inclinar la frente y él a reiterar sus preguntas.

La hermosa, rompiendo al fin su obstinado silencio dijo a su amante con voz sorda y entrecortada:

Tú lo quieres; es una locura que te hará reír; pero no importa; te lo diré, puesto que lo deseas. Ayer estuve en el templo. Se celebraba la fiesta de la Virgen, su imagen, colocada en el altar mayor sobre un escabel de oro, resplandecía como un ascua de fuego; las notas del órgano temblaban, dilatándose de eco en eco por el ámbito de la iglesia, y en el coro los sacerdotes entonaban el Salve, Regina. Yo rezaba, rezaba absorta en mis pensamientos religiosos, cuando maquinalmente levanté la cabeza y mi vista se dirigió al altar. No sé por qué mis ojos se fijaron, desde luego, en la imagen; digo mal; en la imagen, no; se fijaron en un objeto que, hasta entonces, no había visto, un objeto que, sin que pudiera explicármelo, llamaba sobre sí toda mi atención... No te rías...; aquel objeto era la ajorca de oro que tiene la Madre de Dios en uno de los brazos en que descansa su Divino Hijo... Yo aparté la vista y torné a rezar... ¡Imposible! Mis ojos se volvían involuntariamente al mismo punto. Las luces del altar, reflejándose en las mil facetas de sus diamantes, se reproducían de una manera prodigiosa. Millones de chispas de luz rojas y azules, verdes y amarillas, volteaban alrededor de las piedras como un torbellino de átomos de fuego, como una vertiginosa ronda de esos espíritus de las llamas que fascinan con su brillo y su increíble inquietud... Salí del templo; vine a casa, pero vine con aquella idea fija en la imaginación. Me acosté para dormir; no pude... Pasó la noche, eterna con aquel pensamiento... Al amanecer se cerraron mis párpados, y, ¿lo creerás?, aún en el sueño veía cruzar, perderse y tornar de nuevo una mujer, una mujer morena y hermosa, que llevaba la joya de oro y pedrería; una mujer, sí, porque ya no era la Virgen que yo adoro y ante quien me humillo; era una mujer, otra mujer como yo, que me miraba y se reía mofándose de mí. ¿La ves? parecía decirme, mostrándome la joya. ¡Cómo brilla! Parece un círculo de estrellas arrancadas del cielo de una noche de verano. ¿La ves? Pues no es tuya, no lo será nunca, nunca... Tendrás acaso otras mejores, más ricas, si es posible; pero ésta, ésta, que resplandece de un modo tan fantástico, tan fascinador..., nunca, nunca. Desperté; pero con la misma idea fija aquí, entonces como ahora, semejante a un clavo ardiendo, diabólica, incontrastable, inspirada sin duda por el mismo Satanás... ¿Y qué?... Callas, callas y doblas la frente... ¿No te hace reír mi locura?


Pedro, con un movimiento convulsivo, oprimió el puño de su espada, levantó la cabeza, que, en efecto, había inclinado, y dijo con voz sorda:

-¿Qué Virgen tiene esa presea?

-La del Sagrario-  murmuró María.

-¡La del Sagrario! -repitió el joven con acento de terror-. ¡La del Sagrario de la Catedral! ...

Y en sus facciones se retrató un instante el estado de su alma, espantada de una idea.

-¡Ah! ¿Por qué no la posee otra Virgen? -prosiguió con acento enérgico y apasionado-. ¿Por qué no la tiene el arzobispo en su mitra, el rey en su corona o el diablo entre sus garras? Yo se la arrancaría para ti, aunque me costase la vida o la condenación. Pero a la Virgen del Sagrario, a nuestra Santa Patrona, yo..., yo, que he nacido en Toledo, ¡imposible, imposible!

-¡Nunca! -murmuró María con voz casi imperceptible-. ¡Nunca!

Y siguió llorando.

Pedro fijó una mirada estúpida en la corriente del río; en la corriente, que pasaba y pasaba sin cesar ante sus extraviados ojos, quebrándose al pie del mirador, entre las rocas sobre las que se asienta la ciudad imperial.

¡La Catedral de Toledo! Figuraos un bosque de gigantescas palmeras de granito que al entrelazar sus ramas forman una bóveda colosal y magnífica, bajo la que se guarece y vive, con la vida que le ha prestado, el genio, toda una creación de seres imaginarios y reales.

Figuraos un caos incomprensible de sombra y luz, en donde se mezclan y confunden con las tinieblas de las naves los rayos de colores de las ojivas donde lucha y se pierde con la oscuridad del santuario el fulgor de las lámparas.

Figuraos un mundo de piedra, inmenso como el espíritu de nuestra religión, sombrío como sus tradiciones, enigmático como sus parábolas, y todavía no tendréis una idea remota de ese eterno monumento del entusiasmo y de la fe de nuestros mayores, sobre el que los siglos han derramado a porfía el tesoro de sus creencias; de su inspiración y de sus artes.

En su seno viven el silencio, la majestad, la poesía del misticismo y un santo honor que defiende sus umbrales contra los pensamientos mundanos y las mezquinas pasiones de la tierra. La consunción material se alivia respirando el aire puro de las montañas; el ateísmo debe curarse respirando su atmósfera de fe.

Pero si grande, si imponente se presenta la catedral a nuestros ojos a cualquier hora que se penetra en su recinto misterioso y sagrado, nunca produce una impresión tan profunda como en los días en que despliega todas las galas de su pompa religiosa, en que sus tabernáculos se cubren de oro y pedrería; sus gradas, de alfombras, y sus pilares, de tapices.

Entonces cuando arden despidiendo un torrente de luz sus mil lámparas de plata; cuando flota en el aire una nube de incienso, y las voces del coro y la armonía de los órganos y las campanas de la torre estremecen el edificio desde sus cimientos más profundos hasta las más altas agujas que lo coronan, entonces es cuando se comprende, al sentirla, la tremenda majestad de Dios, que vive en él, y lo anima con su soplo, y lo llena con el reflejo de su omnipotencia.

El mismo día en que tuvo lugar la escena que acabamos de referir se celebraba en la catedral de Toledo el último de la magnífica octava de la Virgen.

La fiesta religiosa había traído a ella una multitud inmensa de fieles; pero ya ésta se había dispersado en todas direcciones, ya se habían apagado las luces de las capillas y del altar mayor, y las colosales puertas del templo habían rechinado sobre sus goznes para cerrarse detrás del último toledano, cuando de entre las sombras, y pálido, tan pálido como la estatua de la tumba en que se apoyó un instante mientras dominaba su emoción, se adelantó un hombre que vino deslizándose con el mayor sigilo hasta la verja del crucero. Allí, la claridad de una lámpara permitía distinguir sus facciones.

Era Pedro.

¿Qué había pasado entre los dos amantes para que se aprestara, al fin, a poner por obra una idea que sólo al concebirla había erizado sus cabellos de horror? Nunca pudo saberse. Pero él estaba allí, y estaba allí para llevar a cabo su criminal propósito. En su mirada inquieta, en el temblor de sus rodillas, en el sudor que corría en anchas gotas por su frente, llevaba escrito su pensamiento.

La catedral estaba sola, completamente sola y sumergida en un silencio profundo. No obstante, de cuando en cuando se percibían como unos rumores confusos: chasquidos de madera tal vez, o murmullos del viento, o, ¿quién sabe?, acaso ilusión de la fantasía, que oye y ve y palpa en su exaltación lo que no existe; pero la verdad era que ya cerca, ya lejos, ora a sus espaldas, ora a su lado mismo, sonaban como sollozos que se comprimen, como roce de telas que se arrastran, como rumor de pasos que van y vienen sin cesar.

Pedro hizo un esfuerzo para seguir en su camino; llegó a la verja y siguió la primera grada de la capilla mayor. Alrededor de esta capilla están las tumbas de los reyes, cuyas imágenes de piedra, con la mano en la empuñadura de la espada, parecen velar noche y día por el santuario, a cuya sombra descansan por toda una eternidad. ¡Adelante!, murmuró en voz baja, y quiso andar y no pudo. Parecía que sus pies se habían clavado en el pavimento. Bajó los ojos, y sus cabellos se erizaron de horror; el suelo de la capilla lo formaban anchas y oscuras losas sepulcrales.

Por un momento creyó que una mano fría y descarnada lo sujetaba en aquel punto con una fuerza invencible. Las moribundas lámparas, que brillaban en el fondo de las naves como estrellas perdidas entre las sombras, oscilaron a su vista, y oscilaron las estatuas de los sepulcros y las imágenes del altar, y osciló el templo todo, con sus arcadas de granito y sus manchones de sillería.

¡Adelante!, volvió a exclamar Pedro como fuera de sí, y se acercó al ara; y trepando por ella, subió hasta el escabel de la imagen. Todo alrededor suyo se revestía de formas quiméricas y horribles; todo era tinieblas o luz dudosa, más imponente aún que la oscuridad. Sólo la Reina de los cielos, suavemente iluminada por una lámpara de oro, parecía sonreír tranquila, bondadosa y serena en medio de tanto horror.

Sin embargo, aquella sonrisa muda e inmóvil que lo tranquilizara un instante concluyó por infundirle temor, un temor más extraño, más profundo que el que hasta entonces había sentido.

Tornó empero a dominarse, cerró los ojos para no verla, extendió la mano, con un movimiento convulsivo, y le arrancó la ajorca, la ajorca de oro, piadosa ofrenda de un santo arzobispo, la ajorca de oro cuyo valor equivalía a una fortuna.

Ya la presea estaba en su poder; sus dedos crispados la oprimían con una fuerza sobrenatural; sólo restaba huir, huir con ella; pero para esto era preciso abrir los ojos, y Pedro tenía miedo de ver, de ver la imagen, de ver los reyes de las sepulturas, los demonios de las cornisas, los endriagos de los capiteles, las fajas de sombras y los rayos de luz que, semejantes a blancos y gigantescos fantasmas, se movían lentamente en el fondo de las naves, pobladas de rumores temerosos y extraños.

Al fin abrió los ojos, tendió una mirada, y un grito agudo se escapó de sus labios. La catedral estaba llena de estatuas, estatuas que, vestidas con luengos y no vistos ropajes, habían descendido de sus huecos y ocupaban todo el ámbito de la iglesia y lo miraban con sus ojos sin pupila.

Santos, monjes, ángeles, demonios, guerreros, damas, pajes, cenobitas y villanos se rodeaban y confundían en las naves y en el altar. A sus pies oficiaban, en presencia de los reyes, de hinojos sobre sus tumbas, los arzobispos de mármol que él había visto otras veces inmóviles sobre sus lechos mortuorios, mientras que, arrastrándose por las losas, trepando por los machones, acurrucados en los doseles, suspendidos en las bóvedas ululaba, como los gusanos de un inmenso cadáver, todo un mundo de reptiles y alimañas de granito, quiméricos, deformes, horrorosos.

Ya no pudo resistir más. Las sienes le latieron con una violencia espantosa; una nube de sangre oscureció sus pupilas; arrojó un segundo grito, un grito desgarrador y sobrehumano, y cayó desvanecido sobre el ara.

Cuando al otro día los dependientes de la iglesia lo encontraron al pie del altar, tenía aún la ajorca de oro entre sus manos, y al verlos aproximarse exclamó con una estridente carcajada:-

-¡Suya, suya!

El infeliz estaba loco.


viernes, 21 de junio de 2013

NOCHE DE SAN JUAN/SOLSTICIO DE VERANO: RITUAL, TRADICIÓN E HISTORIA




En la noche de San Juan, noche de fuego, se celebra en el hemisferio norte el día más largo del año. Definitivamente no es un día como los demás, la naturaleza, el hombre y las estrellas se disponen a celebrar una fiesta, cargada de gran poder y magia. Hadas y deidades de la naturaleza andan sueltos por los campos; los agricultores dan gracias por el verano, las cosechas, las frutas y por disponer de más horas para cumplir con sus tareas y entregarse a la diversión. También es el momento justo para pedir por la fecundidad de la tierra y de los mismos hombres; además se debe comenzar a almacenar alimentos para pasar el otoño y el invierno.

La celebración del solsticio de verano, es tan antigua como la misma humanidad. En un principio se creía que el sol no volvería a su esplendor total, pues después de esta fecha, los días era cada vez más cortos. Por esta razón, fogatas y ritos de fuego de toda clase se iniciaban en la víspera del pleno verano, o 20 de junio, para simbolizar el poder del sol y ayudarle a renovar su energía.

En tiempos posteriores se encendían fogatas en las cimas de la montañas, a lo largo de los riachuelos, en la mitad de las calles y al frente de las casas. Se organizaban procesiones con antorchas y se echaban a rodar ruedas ardiendo colinas abajo y a través de los campos. A menudo se bailaba y saltaba alrededor del fuego para purificarse y protegerse de influencias demoníacas y asegurar el renacimiento del sol.

Se puede decir que todo empezó hace cerca de 5 mil años, cuando nuestros antepasados, tan amigos de  observar  las estrellas, se dieron cuenta que en determinada época del año el Sol se mueve  desde una posición perpendicular sobre el Trópico de Capricornio, hasta una posición perpendicular sobre el trópico de Cáncer. A estos días extremos en la posición del Sol se les llamó solsticios de invierno y verano, los cuales ocurren los días diciembre 21 y junio 21 respectivamente. Estas fechas corresponden al hemisferio norte, pues en el sur es al contrario. El día que veremos al sol ponerse más al sur es el 21 de diciembre y el día que lo veremos ponerse más al norte es el 21 de junio. “Las fechas mencionadas son las típicas, pero puede ser que en un año determinado caiga un día antes o después, debido a las irregularidades del calendario, como los años bisiestos”.

Antes de cristianizarse esta fiesta del solsticio de verano, los pueblos de Europa encendían hogueras en sus campos para ayudar al Sol en un acto simbólico con la finalidad de que “no perdiera fuerzas”. En su conciencia interna sabían que el fuego destruye lo malo y lo dañino. Posteriormente, el hombre seguía destruyendo los hechizos con fuego.

SÚBITAS APARICIONES Y DESAPARICIONES: En algunas leyendas piadosas, hasta los santos aprovechan la víspera de este día para trasladarse milagrosamente a otra parte. En nuestro mundo terrenal, encontramos muchos casos de desapariciones bastante enigmáticas, esa noche se abran las puertas interdimensionales, así como los encantamientos.

NOCHE DE SAN JUAN: Esta es una fecha en la que numerosas leyendas fantásticas son unánimes al decir que es un período en el que se abren de par en par las invisibles puertas del “otro lado del espejo”: se permite el acceso a grutas, castillos y palacios encantados; se liberan de sus prisiones y ataduras las reinas moras, las princesas y las infantas cautivas merced a un embrujo, ensalmo o maldición;  etc.



La noche y el amanecer, están dedicado a San Juan en un esfuerzo por cristianizar las numerosas fuerzas que se manifiestan en esta mágica jornada, en la que todas las sociedades tradicionales de Europa ponen en marcha numerosos rituales de antiguo origen y profunda funcionalidad cultural. La fiesta no es específica de localidades concretas, sino que se extiende por toda Europa con diversas variantes.

Fecha de transición astral que anuncia diversos cambios en la naturaleza equivale a una ruptura de orden cósmica propiciadora de emergencias del inframundo. Por eso la noche de San Juan es noche de brujas, entes que pueden provocar numerosos males a los humanos.

La Noche de San Juan, la de las tradiciones mágicas, se caracteriza por la multitud de hogueras que iluminan la noche. Los ciudadanos arrojan a la hoguera antes de su encendido pequeños objetos, conjuros, deseos e incluso apuntes del curso con el objetivo de hacer desaparecer los malos espíritus.


LITHA

Simbólicamente hablando y de acuerdo con la creencia wiccana, Litha es la época en la que el Dios reina en la naturaleza, mientras el calor del sol se hace. Es el día más largo del año, a partir de ahora los días serán más largos que las noches y la luz reina sobre las tinieblas. La tierra está inundada de fertilidad. Las flores y los frutos colman de energía a la naturaleza, que se prepara para la cosecha. Marca la llegada del verano con toda la fuerza del Dios, es un momento de alegría. Los espíritus de la naturaleza están muy activos por el cambio de estación. Es un momento adecuado para retomar los proyectos que se han dejado pendientes.

Conéctate con la energía del Sol y baña de alegría tu vida. También es un momento excelente para las dedicaciones.

RITUAL DE LITHA

Como todo ritual, debe comenzar con los pasos dados en el artículo titulado  Ritual wiccano en este mismo blog (próxima publicación. Entretanto, puede servirte cualquiera de los que se pueden encontrar en los cientos de páginas de Internet dedicadas a la doctrina wiccana).

TIPS: Antes del ritual, prepararás un saco de tela en el que pondrás hierbas como: lavanda, camomila, hierba de San Juan o cualquier planta correspondiente a esta celebración (ver la sección de hierbas y plantas). Mientras elaboras el saquito y le introduces las hierbas, mentalmente descarga todos tus problemas, penas, dolores, enfermedades y átala con un listón rojo. En esta ocasión también encenderemos una fogata, pero esta vez fuera del caldero, así que prepara lo que sea necesario, la fogata tendrá que estar ubicada en el lado sur del círculo. El caldero debe contener agua (hasta la mitad más o menos). Ya que con la llegada del verano, también llegan las lluvias. 


NOTA: de preferencia realiza el ritual en el exterior, ya que se regará agua. Si no puedes hacerlo en el exterior, y el hecho de tirar agua en la habitación en la que haces los rituales, puede dañar o causar un accidente, puedes omitir esa parte.

Párate frente al altar levantando los brazos y di:

“¡Que cesen todas las penas!, ¡qué cesen todas las disputas!, ¡Este día es para vivir!, ¡Para vivir la vida! Les doy las gracias Diosa madre y Dios padre por la riqueza y bondad de la vida.”

Toma el caldero con agua y empieza a caminar o danzar alrededor del círculo en deosil (sentido de las agujas del reloj), aventando agua hacia el cielo simulando lluvia mientras dices:

“Junto con el Sol, debemos conocer la lluvia que nutre a la tierra para que nos de sus frutos “.

“Una vez hecho esto, regresa al altar, deja el caldero y toma la varita, levántala y di::
“Celebro el mediodía del verano con ritos místicos.
Oh gran Diosa, Oh gran Dios,
toda la naturaleza vibra con sus energías
y  la tierra está bañada con calor y vida.
Ahora es el tiempo de olvidar las calamidades y preocupaciones pasadas.
Ahora es el tiempo de la purificación.
Oh ardiente Sol, quema lo inútil.
Lo dañino, la calamidad,
En tu poder omnipotente
¡purifícame!”

Pon la varita sobre el altar y enciende la hoguera con cerillos de madera, una vez encendida, toma el saquito con la petición herbal, préndela con el fuego de la hoguera y una vez que ya esté encendido el saquito, échalo al fuego.

(Si haces es ritual en el interior y te saltaste la parte del agua, entonces el caldero deberá estar vacío, y deberás usar una vela roja para prender el saquito de la petición herbal, y cuando este esté ardiendo, échalo dentro del caldero)

Y di:

“¡Te destierro por los poderes de la Diosa y el Dios!
¡Te destierro por los poderes del Sol y la Luna!
¡Te destierro por los poderes de la tierra, el aire, el fuego y el agua!”


Observa cómo se va quemando el saquito, observa como las penas, el sufrimiento y los dolores se queman junto con el saquito y luego di:

“Oh bendita Diosa, Oh bendito Dios:
en esta noche mágica de Litha
oro para que carguen mi vida de
maravilla y alegría. Ayúdenme a conectarme
con las as energías a la deriva en el encantado aire nocturno.
Doy gracias.”

Reflexiona sobre la purificación que has recibido, siente las fuerzas de la naturaleza fluyendo en tu cuerpo, limpiándote con energía divina.

Después de esto, pueden seguir los trabajos mágicos, si se requieren. Yo en lo particular no hago ningún trabajo mágico durante los Sabbats, ya que estos rituales los hago única y exclusivamente para honrar a los Dioses.

Continúa con el banquete (comida y bebida). Después de hacerlo, despide a la Diosa madre, al Dios padre y a los elementos como se indica en la sección de "Apertura del círculo". Tu ritual ha terminado. 

TRADICIONES Y PRÁCTICAS COMPLEMENTARIAS QUE PUEDEN INCLUIRSE: Existen muchas tradiciones y actos que se pueden o deben hacer durante esta noche tan especial. Dicen que si saltas tres veces sobre una hoguera, te limpias y purificas y tus problemas desaparecen. También es común mojarse los pies en el agua a media noche, con el fin de hacer desaparecer los malos espíritus.

Otra costumbre es lavarse los pies y la cara tres veces para que se cumplan tres deseos y tener felicidad durante los siguientes doce meses. Los deseos también se pueden escribir en una hoja de papel que se quema en la hoguera, aunque en algunos sitios lo que se escribe son los problemas o lo que quieres que desaparezca.

En muchos lugares, las hogueras se utilizan también para quemar muñecos que, originariamente, representaban a Judas Iscariote, aunque hoy en día el factor religioso ha dejado paso a la diversión y se suelen hacer muñecos que representan a personajes conocidos del momento. Éste es el significado de la fiesta alicantina de “les Fogueres” –equivalente a las Fallas valencianas del 19 de marzo-, que se celebra en la noche del 24 de junio –“nit del foc”, “noche del fuego”.

En cualquier caso, téngase en cuenta que cualquier ritual por sí mismo carece de sentido. La magia proviene de la voluntad del mago. Es el grado de visualización y concentración en el resultado lo que consigue el efecto deseado. De nada sirven rituales celebrados sin convencimiento ni, mucho menos, con ánimo trivial.


Celebración del solsticio de verano. 
Rituales mágicos.




Carrera descalzo sobre las llamas


Salto del fuego




Baño en el mar


DATOS COMPLEMENTARIOS PARA CELEBRAR LITHA

Aquí hay una pequeña tabla de correspondencias para que puedas celebrar mejor Litha.

CORRESPONDENCIAS DE LITHA

     Inciensos: tomillo, verbena, romero, benjuí.

     Colores: verde, dorado, azul.

     Bebidas: vino rojo, cidra, té de valeriana.

     Hierbas: Artemisa, Verbena, Camomila, Rosa, Azucena, Roble, Lavanda ,Hiedra, Milenrama, Helecho, Saúco, tomillo, Margarita, Clavel.

     Comida: todas las frutas y verduras de temporada.

     Tradiciones: esta es una época para compartir con las personas que son menos afortunadas, puedes juntar ropa y comida y reglarla a algún albergue o a alguna persona necesitada. También puedes donar dinero a alguna institución de caridad.

* Este artículo ha sido elaborado a partir de información extraída de la web Wicca Celta y otras.