viernes, 25 de enero de 2013

¡NECRÓFAGO! (desenlace): DEMONIOS





Fantasmas... son demonios. Surgen desde el Infierno para enseñarte el camino y arrastrarte a él. (Conclusión de la saga)

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Negó con la cabeza Andrés. La mano llevada hasta la nuca, apoyado en el marco de la puerta. Una mirada chispeante en sus ojos, una sonrisa esbozada en gesto de desafío.

-No os resultará tan fácil.

-Mejor. Así será más divertido.

Rió despectivo.

-Creo que no me he explicado bien: no vais a poder conmigo.

Una expresión indefinida afloró ahora el rostro de ella. Algo parecido a la de quien no sabe cómo explicar algo, pero no encuentra en modo alguno embarazosa tal situación.

-Pareces bastante estúpido.

La miró interrogante en esta ocasión.

-Yo no tengo ningún interés en tu caída, Andrés. Ya te lo he dicho. Me divertiré presenciándola, pues eres un ser cuyo comportamiento y moralidad resultan repugnantes, pero sin desear ni tu salvación, ni tu ruina. Ni lo uno, ni lo otro. Tan sólo me diviertes, como en tu país mucha gente pueda divertirse viendo una corrida de toros sin tener nada en contra del animal que será sacrificado para su diversión.

Volvió a sonreír sarcástico. Una mera fachada. Se sentía arrinconado, obligado a defenderse como una rata panza arriba frente al felino que la acosa y acecha de muerte.

-No eres mejor que yo. Tú misma lo has dicho. Fuiste una zorra viciosa en vida. Una ninfómana cocainómana cuyos vicios la llevaron a la tumba.

-Oh, bueno… lo fui. El mío no es ningún ejemplo a seguir, desde luego, pero tampoco hice daño a nadie nunca, al menos conscientemente. Tampoco deseé hacerlo.

-Tampoco yo he dañado a nadie. Puede que sea un ser repugnante, como has afirmado. Profano sepulturas y como carne de cadáveres, pero se trata de cuerpos muertos que ni sufren ni padecen.

-¿Qué me dices de las familias?

Arrinconado. Nervioso e impreciso.

-No es eso lo importante. Podrías defenderte alegando que se trata de algo cultural. Otras culturas practicaron la antropofagia anteriormente sin que en ello encontrasen ningún reproche moral, ya lo hemos comentado.

La observó confundido. Ella frunció ligeramente el ceño. Todavía era más hermosa así. ¿O quizá no? En realidad lo era hasta lo inaudito de cualquier manera. Tan sólo se trataba del especial encanto de la novedad.

Gruñó el can al tiempo que ella le acariciaba la cabeza sin dejar de mirarle con sus encendidos ojos verdes. Fuego de estrellas: belleza infernal. También el animal le miraba. Había odio en los suyos negros.

-Le hubieras quitado la vida si hubieras podido. Su especie ha sido fiel compañera y amiga de la nuestra desde hace decenas de miles de años. Dime, Andrés: ¿por qué esa fobia a los animales? ¿De dónde nace todo ese odio?

De nuevo contra la pared. No hallaba qué responder. Aquél demonio buceaba en su alma. Qué diablos… ¡venía de ella! La conocía mejor que él mismo. Había visitado sus profundidades abismales, intimando con las sombras inquietantes que allí habitaban. Era su heraldo, el que traía su mensaje. Oscuro, siniestro mensaje.

-Estás podrido por dentro. Como esos cadáveres de los que te alimentas. La purulencia no llegó proveniente del exterior: siempre estuvo dentro de ti.

La miró asustado. Realmente traía inquietante recado del Infierno.

-Eres un ser de maldad, Andrés. Tu naturaleza es mezquina, propensa a la iniquidad. No has hecho más mal en tu vida porque no has tenido ocasión. Pero tu corazón es negro. Tu alma es negra. Como los demonios del Averno. Te han reconocido como uno de los suyos y ahora te reclaman. Vienen por ti y no regresarán sin su presa al Abismo.

No, no lo harían. Realmente era como decía. En todo. Y él estaba equivocado. Ella no era como ellos. Era un ángel. Un ángel vengador que planeaba sobre las llamas del Hades con las alas extendidas, sin que ni aquéllas ni su calor alcanzasen jamás a quemarlas. 

………………………………………………

Se preparó mentalmente para la batalla. La más dura de las que jamás fuera a afrontar, sin duda alguna.

Lo primero sería deshacerse de… eso. De ella. Era la puerta que los demonios habían usado para llegar hasta él, aquél súcubo de satánica belleza en su vanguardia. Él era quien les había franqueado la entrada.

Había que acabar con ello. Se aprovisionó de una sierra de carpintero, como las que se usan con el hueso que sobra del jamón serrano, troceándolo a fin de aprovecharlo para hacer caldo. Había pensado primero en descuartizarla a golpe de machete  -de los que se utilizan para abrirse camino en la selva o algo similar-, pero luego desechó la idea. Hubiera ido bien con un cadáver normal, pero no con uno momificado. Su carne seca dificultaría la labor. Mejor la sierra.

Al menos en teoría. Puestos a la práctica… imposible. Colocado ante ella, su extraordinaria belleza actuaba a modo de protección infranqueable. Intentó mentalizarse, incluso recurriendo al alcohol para relajar las mentales barreras autoimpuestas, pero ni por ésas. Al tercer o cuarto intento, tuvo la plena certeza de que jamás podría lastimarla. Era demasiado bella. Incluso con toda su nueva significación, con toda la carga de horror y terror que ahora transmitía. Demasiado hermosa.

Otro medio. Deshacerse de él como fuera. Hay muchas maneras de despellejar a un gato: todos los caminos llevan a Roma… todo eso. Llevar el cuerpo a algún lugar donde pudiera abandonarlo y nadie lo encontrara. ¿Qué podría pasar si alguien lo hiciera? Nada. Incluso sería mejor así. Encontrarían aquello desconcertante. La Policía se haría cargo. Identificarían el cuerpo y lo devolverían a su tumba en París. Después de abrir la correspondiente investigación, por supuesto. En colaboración con sus colegas galos. No llegarían a nada. No le descubrirían y alejarían aquella aberración de él, llevándola fuera de su alcance. Probablemente la incineraran para prevenir otra eventual profanación. Mejor que mejor.

No le servía. Demasiado débil. Él. Todavía no podía. Todavía era demasiado poderosa su influencia en él. La del demonio. La diablesa… Como un toxicómano que quiere dejar las drogas pero no se atreve a denunciar a su camello, por temor a quedar sin acceso rápido a ellas ante una hipotética recaída. Como el trapecista que no se atreve a dar su salto mortal sin la red.

Sabía como hacerlo exactamente. También dónde. Un viejo cementerio rural. Lo había conocido en alguna de sus expediciones en busca de carne muerta. Bastante tranquilo, poco frecuentado. El pueblo cuyos difuntos habitantes albergaba era pequeño. Cavar en alguna de sus tumbas, incluso creía recordar cuál. Abriría la caja y la escondería allí, sacando para ello de ella a su legítimo ocupante. Éste quedaría sobre la tapa, directamente en contacto con la tierra de su sepultura. El cofre protegería la momia frente a la humedad. Por si algún día…

Era mala cosa aquélla. Algún amigo –sí, él también los tubo, todavía podía recordarlo- le dijo, hacía ya mucho tiempo, que uno sabe cuál es la ocasión en que finalmente va a conseguir dejar de fumar, por la certeza que de ello se tiene. No vale “probar a dejarlo”: se deja o no. Cuando uno va a hacerlo, sabe que es así. “Lo he dejado”, no “estoy intentando dejarlo”. Convicción. Total certeza y seguridad. Él no la tenía. Nadie conseguía dejar de fumar sin estar seguro de haberlo hecho.

Nueva vida y propósito de enmienda. Encontrar un nuevo trabajo y mantenerse alejado de los cementerios. Lo primero fue fácil. Relativamente. Aquello de que no hay mal que por bien no venga. Tantos pecados heredados habían traído nuevas aptitudes. Engañar, hacer creer a otros que se es lo que no se es, algo de esfuerzo personal… consiguió un empleo de barrendero. No era gran cosa, pero era un sueldo fijo y seguro. Pudo haberse hecho aun antes con otro. De sepulturero. Ironía. Demasiado cerca de los cadáveres. Tocar madera. Lejos. Ni aunque fuera el único puesto a su alcance.

Más costó lo de mantenerse alejado de los cementerios. También relativamente, no obstante. A menudo, bastaba con recordar aquella experiencia. El asalto de los demonios, su conversación con ella… sobre todo su conversación con ella. El estímulo era poderoso. Tenía que lograrlo. Le iba la vida en ello.

No siempre servía. Como al drogadicto no siempre le sirve saber que aquello por lo que su organismo clama y se debate, a ciencia cierta acabará llevándole a la tumba si no consigue mantenerlo alejado. Síndrome de abstinencia, mono, dependencia psicológica… daba igual llamarlo de una manera o de otra.

Ellos no se lo ponían fácil. Le acosaban. Incitándole a recaer, recordándole permanentemente su monstruosa inclinación. Eran perversos… diabólicos. ¿Alguien podría imaginarlo? Seres de ultratumba que llegan desde el Más Allá para atraerte hacia su oscuro mundo. Tenebroso canto de grotescas sirenas.

Ella resultaba todavía más aterradora. Por cuanto la sabía más poderosa. Su fuerza e influencia sobre él resultaban muy superiores a la de todos los demás. Si quisiera… No le costaría seducirlo y arrastrarlo al abismo. Lo sabía. Ambos lo sabían. No era como ellos. No buscaba su perdición, tan sólo se divertía contemplándola, siendo testigo de los acontecimientos. Divertirse… siempre divertida. Demoníacamente divertida, cual monarca infernal sentada en su trono para observar cómo se retuercen en los pozos ardientes las almas de los condenados. Fuego verde en sus ojos. Esmeraldas de perversión infinita. No, no buscaba su perdición… pero podría lograrla fácilmente si lo hiciera. Si en algún momento su intención llegase a cambiar…

La cosa fue remitiendo. Poco a poco, como el efecto de ansiedad en el organismo del toxicómano ante el cese en el aporte de droga. Los fantasmas… su presencia e influencia fue diluyéndose. Cada vez resultaban menos presentes. Más translucidos, menos personales… Era como si fueran perdiéndose progresivamente. Como si cada vez estuvieran más lejos, más separadas sus respectivas dimensiones.

También ocurría con ella, no podía ser de otra forma. Pero no le afectaba. No al demonio. La demonia. La líder de aquella demoníaca horda. Seguía sonriendo. Siempre sonriendo, sus ojos chispeantes.

-No lo lograrás, Andrés…

Era el coro. Ella no: ellos. Ella sólo observaba.

Luego llegó, finalmente. La recaída. Las tentaciones... siempre estaban ahí. Nunca leía ni echaba un vistazo a los periódicos en el bar cuando entraba para tomar algo con los compañeros de trabajo. Mantenerse alejado de la visión de las esquelas. Incluso se volvía de espaldas o se ponía de lado, mirando en otra dirección, cuando alguien abría uno cerca de él. Aun así, los reclamos llegaban  constantemente. Un borracho tendido sobre un banco del parque, semejante a un cadáver, un coche fúnebre que pasa a la vista camino del cementerio; unas campañas de iglesia que tocan a muerto… viejas vestidas de luto, comentarios acerca de accidentes o tragedias… La tentación andaba siempre rondándole. Había llegado a reforzarse frente a ella, pero, como en todo, siempre hay momentos de debilidad.

Un ex compañero. Había fallecido en un accidente de circulación. Comentario en el trabajo, nada más llegar, de buena mañana. Hablaban acerca de ello. Lo conocían. Alguien más que los demás. Vivía cerca de la que había sido su  casa. Él había traído la noticia.

-Pobre Jaime. Estela debe estar destrozada.

Estela. Su mujer. Andrés no había llegado a conocerlo tanto como para saberlo –se fue poco después de llegar él-, pero resultaba de suponer.

-Pues ya ves… -respuesta del vecino.

-Ocurrió ayer, cuando volvía a casa para comer. Hoy lo entierran.

“Hoy lo entierran”. La imagen de un cadáver en mente. No de uno abstracto e indeterminado, sino la de uno bien concreto. Un rostro conocido, una clara presencia… demasiado fuerte –la tentación- para resistirla. Tan simple como eso. Tan estúpido. Tantas veces habiendo resistido… Las cosas son así. Cuando se dan en el momento adecuado… momento de debilidad, de especial predisposición… nada que hacer.

Esa misma noche saltó de nuevo la valla del cementerio. Como un drogadicto que, maldiciéndose a sí mismo por su debilidad, recorre de nuevo el camino a la casa del camello. Se volvió loco recorriendo el camposanto en busca de una sepultura recién cubierta. No la encontró. Irrelevante. En su estado de excitación e irreflexión, la mente nublada por el ansia, acabó arremetiendo contra otra cualquiera.

De nuevo probó la carne de cadáver. De nuevo ésta entre sus dientes. Aquel sabor… a podredumbre, descomposición… Se sintió estremecer. Nada deparaba un placer semejante. Nada, salvo… La imagen de él mismo teniendo sexo con un cuerpo sin vida –uno muy especial-, llegó con fuerza a su mente.

“¡No, no…! ¡¡No!!” ¡Fuera de allí! Sacárselo de la cabeza.

Mordió el ulcerado bíceps para alejar aquel pensamiento. Sostenido en sus manos, recién amputado el brazo del cuerpo. Era como emborracharse para no pensar en la droga que el cuerpo reclama con más ansia todavía que el alcohol.

Fueron muy malos los días siguientes Días de depresión, de sentirse vencido y superado. Lloraba. Abatido, desolado por la traición de sus propios impulsos. Anduvo como alma en pena durante algún tiempo. Asaltando cementerios en la noche por pura inercia, arrastrado por la última derrota. Engullía la carne de los muertos sin pensar siquiera, sin disfrutar con ello. Como el cocainómano que se mete una raya tras otra sin encontrar ya efecto, por pura adicción y ausencia de voluntad.

 Los fantasmas volvieron a incrementar su esencia en su mundo. Rodeándole, rondándole permanentemente… incitándole a recaer una y otra vez.

Luego poco a poco, fue surgiendo de nuevo la fuerza dentro de él. El instinto de supervivencia, la rebeldía en su pecho. No se rendiría sin luchar.

Comenzó a entregarse de nuevo a su perversión de pleno. Sin reticencias ni cargos de conciencia. No lo consiguió de buenas a primeras, sino gradualmente, pero lo consiguió, al fin y al cabo.

-Te dije que no lo lograrías.

Vino a verle mientras cumplía con unos de sus festines en casa. Cuando ya comenzaba a soltarse y gozar de nuevo con ello.

-Sí, lo dijiste… y yo te dije que no podríais conmigo.

Sonrió.

-No hables en plural. Yo no estoy en el grupo. Son ellos los que van a por ti, no yo.

Mohín de cabeza -la de él-.

-Sois lo mismo. Prevaleceré sobre todos vosotros.

Mohín de la de ella, acompañado de una nueva sonrisa.




Acabó perdiendo su nuevo trabajo, por supuesto. Había sido la crónica de una muerte anunciada. Los vicios en grado de adicción insuperable suelen resultar incompatibles con cualquier tipo de vida mínimamente organizada. De nuevo se vio acosado por éstos que, si bien con su temporal rehabilitación habían llegado a esbozar un amago de retirada, volvieron con toda su fuerza después, con la recaída. Una vez más el caos en su mente, las tentaciones diversas que tiraban de ella, a menudo en direcciones opuestas, desquiciándola y llevándola al borde del colapso.

Llegaron otros nuevos. Conforme iba devorando la carne de otros cadáveres. Ya ni siquiera se paraba a conjeturar sobre ellos. Al principio sí lo había hecho, intentando indagarlos para así conocer aquello que podría heredar. Quizá ello permitiera mejor combatirlo. Era la idea. Incluso pareció funcionar en un primer momento. Luego, poco a poco, fue perdiendo cuidado y abandonándose definitivamente. Un atropellado que se había dejado las tripas en el asfalto de la Nacional, un suicidado con barbitúricos, un ahogado a causa de alguna depravada práctica sexual… Fue éste uno de los que más le llamó la atención. Lo habían encontrado asfixiado en su domicilio, desnudo y con una bolsa de plástico cubriéndole la cabeza. La policía estaba segura de que se había tratado de un ejercicio de ahogamiento, de esos en que se especializan algunas dominatrices profesionales. Al parecer, hay gente que alcanza orgasmos extraordinarios en el umbral de la asfixia. Un juego peligroso. Más de uno había pagado con la vida su momento de placer. El clímax llegaba al filo mismo de la línea definitiva, donde aquella se columpia al borde del abismo. Un ligero error en el cálculo…

Le provocó hilaridad aquella idea. ¿Qué podría venir a raíz de ello? ¿Qué de comer la carne de aquel cadáver? ¿Acaso se lanzaría a la búsqueda de dóminas vestidas de cuero y armadas con siniestros látigos?

“Sí, ama: ¡azótame!”.

Realmente rió con ganas. Mientras masticaba y tragaba aquélla. Resultó bastante sabrosa.

También se hacía curiosa la idea de suceder en sus vicios al fallecido a causa de la ingesta de pastillas para dormir. Ya había asumido el de la cocainomanía. ¿Cómo podría resultar combinarlo con la adicción a los somníferos? Efectos diametralmente opuestos. Curioso. Cuanto menos, curioso. Sólo por comprobarlo, casi valía la pena.

También llegaron de nuevo, claro, las preocupaciones económicas. Y sin embargo en esta ocasión se le ocurrió una idea. Una brillante. Quizá. La cosa era: si su maldición consistía en heredar los pecados que arruinaron la vida de aquellos cuyos cuerpos devoraba… a lo mejor… acaso… ¿pudiera volverla en su favor? Es decir… había visto a algunas vecinas adornadas a veces con llamativas joyas. Collares de oro, pulseras… también algún vecino con relojes o similar. No era un ladrón. Y sin embargo, robar no debía ser muy diferente a lo que él hacía en aquellas noches en que asaltaba los cementerios para saciar su repugnante apetito. Si tuviera el valor… cuando ellos no estuvieran en casa. Conocía bien sus hábitos, sus salidas y entradas, y las horas en que aquéllas permanecían vacías. No lo tenía. El valor. Y sin embargo, quizá pudiera… ¿”ingerirlo”?

Se puso a ello inmediatamente. Nada perdía con probar. Día a día consultó la sección de sucesos del diario. Primero del local, en el bar. Luego, al no encontrar lo que buscaba, también otros nacionales en la biblioteca municipal.

Finalmente dio con ello. En la provincia de Madrid. Un atracador muerto en una persecución. La Policía había llegado cuando él y sus compinches salían ya disparados con su botín, en el coche que en la puerta del banco había estado esperándoles. Emprendieron así una vertiginosa huída acosados por aquéllos, que vino a finalizar estampándose, ya en la autovía, con la parte trasera de un trailer que el conductor no pudo esquivar tras una precipitada maniobra.

Dos heridos, un muerto… carne para su banquete… talento que heredar para incorporar a su acervo.

Quizá fuera todo cosa de la mente. Uno se autosugestiona. Cree que algo puede suceder, que va a suceder… y finalmente sucede. Sucedió. Adquirió del atracador el valor necesario para emprender su carrera de ladrón. Nuevos pecados que añadir a los que ya impregnaban su negra alma. Como si pretendiera asegurarse el Infierno, igual que las viejas se aseguraban el Cielo con sus novenas.

El descubrimiento le entusiasmó. Comenzó a sopesar las posibilidades que aquella facultad suya ofrecía. Hackers, proxenetas, estafadores… ¿hasta dónde llegaría su capacidad para absorber las características negativas que habían definido la personalidad de las personas de cuyos cadáveres se alimentaba, en vida de éstas? Probablemente lo que heredara no fuesen sus capacidades, sino tan sólo sus inclinaciones. Experimentar, devorarlos… debía comprobarlo.

La cosa se fue convirtiendo en un caos. Mayor aun de aquél en que ya había venido sumiéndose. Antes, al menos, había intentado luchar contra la asimilación de sus vicios. Ahora en cambio, abría las puertas de su alma a ellos, deseoso de recibirlos en ella.

Tenía algo bueno aquello por otra parte, además de permitirle obtener ingresos por la vía fácil e ilegal. Devenían tantos ya, que a menudo resultaban incompatibles, neutralizándose mutuamente unos a otros. Como el agua helada que, tras verter sobre ella otra ardiente, se torna tibia o templada, totalmente agradable y acogedora merced a la mezcla de dos extremos insoportables.

 En cualquier caso, las cosas parecían dar vueltas en su cabeza, girar en una demencial espiral de locura y horror. Le gustaba. Comenzaba a disfrutar con ello.

-El círculo se cierra…

De nuevo ante él. Observándole. Con aquellos llameantes ojos suyos, que más semejaban satánicas esmeraldas que representación etérea de órganos que un día sirvieron a la humana visión.

También él la miró. Mientras degustaba la carne de su última presa, masticándola con la boca abierta para mostrar su repugnante contenido. No necesitaba mostrar ninguna consideración hacia aquella puta demoníaca.

-¿Sí…?

Sonrió satisfecha. No demasiado. Tan sólo un ligero esbozo.

-El destino no está escrito… pero para ti trazaron una senda que no podías dejar de recorrer.

-Ya veo. ¿Acabaste harta de comer pollas y esnifar todo lo que encontrabas en vida y te has pasado a la filosofía tras ella?

No parecía ofendida. Daba igual. A él le divertía.

-Bueno, también es posible que andes mamándosela a algún filósofo en el otro mundo. ¿Quién sabe? Si mi perversión es la necrofagia y a través de ella absorbo los pecados de aquellos de cuyos cadáveres me alimento, puede que una zorra como tú hiciera suyos los de los dueños de los rabos que se comía. ¡Ja, ja, ja…!

Una risa desquiciada. Demencial. También ella lo encontraba divertido. Un sonido… como el de algo innombrable arrastrándose por el pasillo, rozándose con las paredes.

-Ya vienen… ¿los oyes?

Sí… los oía. A ellos. Los fantasmas. Los demonios. Ella era su líder. El caudillo de aquella horda infernal.

-Podéis ir y venir cuanto queráis. Ya no os temo.

-¿No…?

Buena pregunta. ¿No lo hacía? ¿Era una especie de falsa coraza aquel valor de que se había revestido, o por el contrario constituía algo real? Quizá lo hubiera heredado de alguna de sus presas. Quién sabía.

-No puedo impedíroslo. Nuestros respectivos universos no coinciden plenamente. Estáis aquí, pero a la vez no estáis. No llegáis a tener plena presencia, ¿verdad?

No respondió.

-Sí -rió ligera, cínicamente-… así es. Yo no puedo actuar sobre vosotros para agrediros, violentaros o forzaros, pero tampoco vosotros podéis actuar sobre mí.

No, no podían. Y sin embargo, ella seguía sin inmutarse.

-No necesitan actuar sobre tu cuerpo para aniquilarte. Ellos atacan a tu mente. Devastándola con su método lento, pero imparable.

Sintió irá.

-¡¡Y una mierda muy grande!! ¡¿Dónde esta lo imparable de ello?! ¡¿Eh?! ¡He vuelto vuestra maldición en mi favor! ¡Me habéis dado con todo, lo más fuerte que habéis podido, y sigo aquí, entero! ¡Os he vencido y lo sabéis!

Seguía encontrándolo divertido. También su arranque de furia.

-¿No te irritas?

Bajó el tono de su voz de nuevo ahora. Casi un susurro. Sonrió.





-Dime, puta: ¿qué se siente al ver cómo alguien abusa cuanto le viene en gana del que fue tu cuerpo?

Nada. Seguía imperturbable. Como la muerte.

Se puso en pie para acercarse a ella. La miró directamente a los ojos.

-Una ramera materialista y superficial como tú, debió sentirse muy orgullosa de él. Realmente fue… es hermoso –matizó volviéndose un momento hacia la puerta del dormitorio para desde allí echarle un vistazo. Luego devolvió a ella su atención.

-Ahora es mío. Me pertenece. Hago con él lo que quiero. Se la meto por el culo y por el coño, y me corro en su cara y en sus tetas.

Sonrió diabólico.

-No puedes hacer nada para impedirlo. En vida decidiste con quién follabas y con quién no, pero ahora, después de muerta, soy yo el dueño de tu cuerpo. Yo decido lo que se hace con él. Lo robé y adapté para mi vicio, esclavizándolo.

Se mantuvieron las miradas por un momento. La una sobre la otra.

-Eso que tienes sobre la cama, no es más que una carcasa abandonada. ¿Crees que puede ofenderme lo que hagas o dejes de hacer con ella?

Sonrisa. Ahora era él quien la esbozaba. Triunfal, demencial…

-Sí… te ofende. No has encontrado recompensa en el Más Allá. Tampoco castigo. No eres ni ángel, ni demonio. No incurriste en pecados de suficiente entidad para condenar tu alma, pero tampoco fuiste hembra virtuosa y no has conseguido todavía limpiar los que mancillaron tu alma.

Profundas palabras. ¿De qué abismo intelectual surgían? Con toda seguridad, no de ninguno que a él hubiera pertenecido por vía genética. Probablemente hubiera comido la carne de algún tarado sesudo.

-Quizá tengas que volver a la Tierra. Hay culturas, gente que cree en ello. Reencarnarse hasta alcanzar el grado de pureza necesario.

Las miradas…

-¿Es eso? –preguntó excitado.

Silencio.

-Sí… ¡eso es!

Se mostraba pletórico, exultante.

-No existe un limbo en el Más Allá. ¡El Limbo es la vida terrenal! Volverás a ella para continuar tu evolución espiritual, pero no puedes hacerlo todavía. No mientras un monstruo como yo sea dueño del que fue tu cuerpo en tu última encarnación. Ése del que tan orgullosa estabas. ¡Ése del que tan orgullosa estás! Ese fue tu pecado: ¡pecado de soberbia!

Era una conversación estúpida. Hablaba sólo. Quizá en el sentido más exacto de la expresión. ¿Realmente estaba allí? Ella y todos los demás. ¿O quizá sólo en su mente? Al caso era lo mismo. Se limitaba a mirarle impasible. Fría como un témpano de hielo. Fría como el abrazo de la muerte.

Fueron muchas las conversaciones como esa. Siempre con ella. Ellos no dialogaban. Tan sólo incitaban, exhortaban… buscaban con su siniestra presencia atormentar y empujar, llevarle al borde del abismo. El caso de ella era distinto. Tan sólo encontraba divertido todo aquello. Al menos, eso era lo que afirmaba. No lo tenía tan claro Andrés. Quisiera o no, resultaba la figura más terrorífica de todas, y ella lo sabía. Incluso se congratulaba de ello, estaba seguro.

Conversaciones estúpidas, pensamientos estúpidos… su propia vida había devenido pura estupidez. Un caos sin tino ni destino alguno, degenerado hasta mera secuencia de imágenes aberrantes.

-¡Ja, ja, ja! Bienvenido a la locura, Andrés. Hacía tiempo que te esperaban.

¿Quién le esperaba? ¡Bah! Hablar sólo, hablar con fantasmas… ¿qué diferencia había? Sus días eran un puro continuo de estrés y paranoia, siempre al borde del ataque de nervios. Ellos le acosaban continuamente. Le acompañaban a todos lados, cuando caminaba por la calle, en el autobús… llegaba un momento en que costaba diferenciar lo terreno de lo ultraterreno –o quizá lo real de lo irreal-. Las alucinaciones volvieron con más fuerza aun que antes. Los demonios estaban por todos lados. Se mezclaban con los humanos carnales y no resultaba posible reconocerlos. No siempre. Era algo capaz de llevar a la demencia a cualquiera. Una sensación de no tener nunca claro quién es aquél que camina junto a ti, que se sienta a tu lado en el Metro… “Ese pavo que viene de frente… ¿por qué me mira así? ¿Lo está haciendo realmente o soy yo el que lo imagina? ¡Se ha sonreído! ¡Dios! ¡Se ha sonreído! ¡Es uno de ellos!”.

O quizá no. A veces resulta que es a alguien que viene detrás a quien saluda. O que en realidad no lo ha hecho. Locura. Pura paranoia. Cuando, en otras, conseguía relajarse un tanto, podía ocurrir que quien había decidido no identificar como espectro, cambiase repentinamente su apariencia ante sus ojos para tornarla en monstruosa. La mente al borde del caos, la vida precipitándose al abismo…

Comer… ¡carne de cadáver! Vivía para eso. Carne de cadáver, carne humana… Buscar innovar. Nuevos vicios que absorber, nuevas perversiones… Carne de niño, carne de criminal, carne de monja… ¡carne, carne, carne…! No era toda igual. Cada una tenía sus propias circunstancias, su propia historia y morbo… Temblor, los muslos tiritando de pura excitación. Dedos del pie. “Ja, ja, ja!” Tenía gracia. Decían que el meñique está condenado evolutivamente a desaparecer. No sirve para nada. Pero era sabroso. También los demás. Anular, meñique, pulgar… solía condimentarlos con salsa, esa picante que va genial con las alitas de pollo y se vende en sobres para preparar en casa. Había comido cientos de ellos. Le gustaban. Ya era un experto en la rutina. Un auténtico Arguiñano de la cocina del horror y el Infierno. Conseguía sus propios ingredientes. Como el cocinero que se acerca hasta la huerta para seleccionar por sí mismo sus verduras.

Colocó las tijeras de podar contra el dedo. ¿Cuántos cortaría? Probar una nueva receta. La ocasión lo valía. Quizá sólo uno. Sí, mejor así. No estaba muy seguro. Una novedad demasiado… “atrevida”. La idea llevaba tiempo rondando en su cabeza. Al principio había preferido desecharla, pero, como siempre, el vicio acababa venciendo.

¡Bah!, iba a hacerlo. ¿A qué engañarse? Carecía de sentido alguno el retrasarlo. “Un, dos… ¡¡tres!!”

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“He vuelto a tomar pastillas para dormir. Lo necesito. No he conseguido conciliar el sueño en las dos últimas semanas sin ellas. Las tomo tanto para poder conseguirlo, como para evitar soñar. El nuevo paciente de la 203… tiene algo que afecta al alma. Tengo pesadillas recurrentes y temo el momento en que caigan los párpados y lleguen las primeras imágenes oníricas. Yo, que tanto he estudiado a Freud y a sus seguidores.

Su desvarío es único, extraordinario. Nunca antes me había enfrentado a algo así, ni tengo constancia de que colega alguno lo haya hecho. La estructura de su delirio es… diría brillante. Sólo una mente genial puede haber concebido algo semejante. Aunque sucediera a nivel inconsciente y sin proponérselo, la capacidad creativa necesaria sigue siendo la de un genio.

El chico desarrolló una perversión consistente en ingerir carne de cadáveres putrefactos. Está convencido de que, al hacerlo, asimila con ella los vicios que acompañaron a sus ‘propietarios’ en vida. Ello consiguió llevarle a un puro e intenso estado de paranoia permanente, acuciado por cientos de adicciones y depravaciones ‘heredadas’. Como digo, algo totalmente original.

Al parecer, todo comenzó tras comer la del perro de una vecina fallecida. Le empujó a ello un indefinible deseo de venganza azuzado por el desprecio que le inspiran los animales, magnificado éste último para la ocasión por el conocimiento de que aquél en particular se había alimentado con la carne de su dueña. Desde el momento de la muerte de ésta y hasta que entraron los servicios de urgencia con la Policía en la casa, pasaron varios días durante los cuales el pobre bicho no dispuso de otra fuente alimenticia.

El perro desciende del lobo, y los lobos son carroñeros. Según su demencial idea, la bestia se vengó de él póstumamente transmitiéndole dicha condición. Pasar a los cadáveres humanos fue el siguiente y lógico grado, por cuanto nutrirse de uno de éstos había sido el pecado del can.

¡Dios! ¡Es una pura locura! Según he dicho, afirma que comenzó a acaparar los vicios y defectos que arruinaron la vida de aquellos cuya carne ingería. Politoxicomanía, alcoholismo, ludopatía, pederastia… incluso llegó a hacerse con el cuerpo de una bellísima y muy famosa top model fallecida en lamentables circunstancias, para momificarlo y construirse con él una ‘amante-cadáver’, añadiendo así la necrofilia a su colección de perversiones.

No quedó ahí la cosa. Su patología continuaba avanzando. Asegura que los fantasmas de todos esos desgraciados le acosan para arrastrarlo con ellos al Infierno. Especial temor parece inspirarle el de ‘ella’. Una demoníaca belleza de llameantes ojos verdes, cuyo terror nada puede igualar. Huelga decir que se trata, precisamente, del espíritu de esa siniestra ‘amante cadáver’. En los escasos momentos en que no permanece sedado, grita y se retuerce suplicando que no le dejemos morir ni permitamos que se lo lleven. Es puro e irracional pánico el que siente en esas ocasiones, en su mente la certeza de una eternidad de sufrimientos esperándole más allá de la muerte. El pobre está totalmente desquiciado.

En algún momento debió comer la carne de un sadomasoquista fallecido en circunstancias muy especiales. Era sádico y era masoquista. Disfrutaba infligiendo y soportando sufrimiento, con lo cual desarrolló una especialidad consistente en volver sobre sí mismo sus instintos sádicos, autolastimándose y produciéndose dolor.

El hombre apareció muerto por asfixia. Lo encontraron en su dormitorio, con la cabeza introducida en una bolsa de plástico. Al parecer, debió írsele la mano en una de esas prácticas suyas de particular masoquismo.

Lo más extraño de todo, resulta la forma  en que pudo el paciente llegar a tener conocimiento de tales informaciones. Muestra un extraordinario conocimiento  de las circunstancias de la vida de sus ‘presas’ y, muy especialmente, de las que envolvieron sus muertes. Según él, era ella la que le hablaba sobre ello. El caso es que, a menudo, se trata de datos, como los comentados, que no se publicaron en los diarios y se mantenían en secreto de sumario al momento en que ingresó en nuestro centro.

El paciente ‘heredó’ del fallecido su ‘automasoquismo’. Aplicada dicha tendencia a su propia perversión antropófaga, el resultado resultó aberrante, volviendo su apetito por la carne humana… ¡sobre la suya propia!

Cuando la Policía accedió a su domicilio alertada por los vecinos, encontró una imagen que, a buen seguro, no olvidarán los agentes por el resto de sus días. Lo que allí hallaron, mirándoles demencialmente con el único ojo que le quedaba, era prácticamente un tronco. Ambas piernas amputadas, al igual que las orejas, la nariz, un globo ocular, el pene, los testículos y el brazo izquierdo, al tiempo que el derecho aparecía devorado hasta la altura del hombro, el hueso desnudo colgando de él.

En algún momento, el hombre comenzó a devorar su propia carne. Empezó con los meñiques de los pies, por aquello de que son, quizá, la parte más prescindible del cuerpo humano. Luego, sin poder contenerse, fue progresando hacia otras del suyo. Sobrecoge tan sólo intentar evocar las escenas. ¿Cómo pudo conseguirlo? ¿Acaso alcanzaba en esas ocasiones ese estado de excitación en que deja de percibirse la sensación de dolor?

Al momento en que fue encontrado, todavía conservaba los torniquetes que se había practicado en las extremidades para no desangrarse. Es aterrador. Durante semanas debió arrastrarse por su domicilio. Sin piernas, sin un brazo… Cuando dejó de poder hacerlo, se volvió compulsivamente hacia las partes de su cuerpo que aún podía alcanzar con la boca. El otro brazo primero, los hombros después… ¡arrancándose la carne a mordiscos!

Los vecinos le oyeron gritar en los últimos días. En sus fases de lucidez –que las tiene, por sorprendente que pueda parecer-, gritaba pidiendo auxilio y que ‘los alejasen de él’. Ya de un tiempo a aquella parte había venido mostrándose extraño y perturbado. Los otros habitantes del inmueble lo sabían sólo en casa y no le dieron mayor importancia a la cosa, hasta que a fuerza de repetirse, se hizo evidente que algo ciertamente raro estaba ocurriendo allí dentro y decidieron llamar a la Policía.

Se refería a ‘ellos’. A los demonios. Insiste en que fueron quienes le arrastraron al abismo. Cuesta creer que nadie ni nada, aunque tenga el inmenso poder de lo que sólo existe y rige en nuestra cabeza, pueda llevar a una persona hasta una aberración tal, pero, al parecer, llevaron a cabo antes un verdadero proceso de acoso y derribo mental en forma totalmente planificada. Algo así como el trabajo de demolición que realizan los boxeadores sobre el cuerpo de sus rivales, preparándolos y llevándolos al punto crítico antes de abordar el ataque final que acabará en el KO. Para cuando el paciente comió la carne de aquel cadáver, ya su mente estaba totalmente desquiciada. Ya devastada y preparada para asumir locura semejante.

Al momento actual, permanece casi todo el tiempo sedado. Los cortos lapsos en que no es así, hay que mantenerlo atado a la cama para que no se autolastime o intente morder al personal que le atiende.

He comenzado a asistir a misa. Yo… no soy un apersona religiosa. Nunca lo he sido. Todo lo contrario, siempre me he considerado ateo convencido. Eso no ha cambiado, y sin embargo siento algún tipo de paz espiritual cuando asisto a esas ceremonias. Tiene gracia. ¿Quizá me estaré comenzando a volver loco yo también?

Creo que comienzo a desvariar. Deben ser los somníferos. Sus efectos empiezan  dejarse notar. Será mejor que lo deje por hoy.”


DIARIO DEL DOCTOR FRANCISCO BELTRÁN

                                                                                                                   
                                                                                                                   12-03-201…


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Andrés falleció dos años y tres meses después de su ingreso en el hospital psiquiátrico. Hasta el final de sus días, nunca dejó de gritar pidiendo auxilio, suplicando que no permitiesen que los demonios se lo llevasen.

-Ya vienen. Ella… está aquí. Sus ojos son fuego verde. ¡¡Abrasan el alma!! ¡¡Por Dios!! ¡¡No permitáis que me lleven!! ¡¡¡Alejadla de mí! ¡¡¡Alejadla de mí!!!