viernes, 9 de noviembre de 2012

AMOR DE ULTRATUMBA. (III de III y fin) Relato de horror.





¿Cómo puede vivirse un amor, cuando aquél que conquista tu corazón murió setenta años antes de que nacieras? Segunda parte de la historia del romance entre la bella Olivia y su amor fantasma. Relato escrito por Ana Negra y Alma Oscura.                      
"Sabía que estaba allí. Siempre lo había estado. Con su desnudo rostro sonriente. La Muerte… Siempre alrededor de ella. Su compañera. Su amiga… No todos podían percibirla. Ella sí. Ahora también podía verla."

    
"Ella era Olivia. La gótica. La rara. La loca."
……………………………………………
(Viene de la segunda parte)



En un primer momento dudó. ¿Era aquello la muerte? ¿Había arribado por fin a la oscura dimensión? Fue sólo por un instante, antes de que las sensaciones de dolor en sus muñecas, así como de debilidad y pesadez, depararan la conciencia de lo contrario. Los muertos restan ajenos a los sufrimientos de la carne.

Abrió los ojos con cierta desgana, como quien despierta cansado y falto de sueño. Esta vez casi lo había conseguido. Había llegado a las mismas puertas del tenebroso reino de la de la guadaña. ¿Qué había pasado?

Lo primero que vio, fueron las dos figuras que ante ella se inclinaban. Sabía dónde se encontraba. No era la primera vez que tenían que llevarla allí tras haberse abierto las venas. Su madre le tenía tomada una mano. Poco a poco, las imágenes fueron cobrando nitidez. Ella sollozaba. Su padre, con gesto grave, la contemplaba a su lado. Los pobres… Vivían con el corazón en un puño, siempre temiendo la comunicación de una noticia terrible. Habían llegado a perder la esperanza, casi adquirida la seguridad de que un día la perderían.

-Mamá… papá…

Le acarició la cabeza ella.

-¿Por qué te haces esto, cariño?

Su tristeza y dolor eran infinitos. También los de él. Sintió una profunda compasión por sus progenitores.

-No os preocupéis. Ha sido la última vez.

Los ojos de la mujer se abrieron como platos. Las frecuentes sesiones con el psicólogo no habían conseguido reconducirla, alejarla de sus tendencias suicidas ¿Qué había ocurrido ahora? Sabían que no mentía. Conocían a su hija.

-No os lo puedo contar, mamá. Pero confiad en mí. Ha sido la última vez. De verdad.

Suspiró su padre profundamente. Luego se abatió en la silla tras él, dejando correr alguna lágrima a duras penas contenida hasta ese momento.

-¿Lo dices de verdad, cielo?

-De verdad, mamá. Te lo prometo.

Sonrió con indescriptible ternura al escuchar aquello.

-Entonces no hace falta que nos cuentes nada más. Con eso nos basta.

También ella sonrió.

-¿Qué pasó? ¿Cómo llegué hasta aquí?

Suspiró ahora la mujer.

-Sin duda existen los ángeles. Y alguno permanece a tu lado constantemente, cuidando de ti. No cabe otra explicación.

Miró extrañada a su progenitora.

-¡Entrad, chicos!

¿Chicos?

Muy sorprendida, vio aparecer en la habitación al Bernie con los suyos. También venían las chicas. Le caían bien, pese a conocerlas tan sólo por encima. Del instituto y tal. Poco más.

Rieron al ver su expresión de extrañeza.

-Gracias a Dios, no eres la única adolescente estrafalaria.

-No… parece que no.

-Estás colgada, tía-. Comentó alguno de ellos.

 Se levantaron sus padres para dejarlos solos por unos instantes y que así pudieran hablar de sus cosas tranquilamente.

-Andábamos por allí y nos acercamos al oír un sonido de pasos arrastrándose con dificultad y un golpe seco después. Como el de un cuerpo cayendo desplomado.

Ya. ¿Cómo no? ¿Quién más podría haber deambulado por el cementerio de noche?

-Te hicimos un torniquete en cada brazo y te trajimos aquí corriendo.

Miró al Lápidas a los ojos. También él estaba allí. Y también la observaba compungido. Después de todo…

-No te preocupes. Dijimos que ocurrió en el campo, haciendo un botellón. Habrían sido bastante complicado explicar qué hacíamos en el cementerio de noche. Tanto para ti, como para nosotros. Sólo tus padres lo saben.

Asintió con la cabeza.

-¿Acostumbráis a salvar la vida a la gente que odiáis?

 Se dejaron ver varias sonrisas de complicidad y suficiencia.

-¿Quién ha dicho que te odie?

Realmente se mostraban cordiales.

-Eres una pava rara de cojones, pero eres de los nuestros. No como el resto de pijas del pueblo.

-Claro…  porque soy una pija, ¿no?

-¡Más que la hija de la Preysler! –no se resistió a apuntar una de ellas, la chica del “Lápidas” si no recordaba mal. Se trataba de una chavala bastante simpática. Una guapa rubia con mechas rosas y verdes, en la más pura onda emo. Le caía bien. –La Tamara ésa, pero en versión oscura.

Más risas.

-¡La “Barbie satánica”! –añadió su chico y se dejaron escuchar de nuevo las risas. También ella las acompañó en esta ocasión. Ligera, casi en forma meramente  testimonial.

-Nos caes bien, Olivia –tomó la palabra el Bernie-. Hemos tenido nuestras diferencias, pero, como dice el Negro, eres de los nuestros. El que sí nos cae como el culo, es el pavo ése con el que sales.

Claro. Tenía alguna idea al respecto. Carlos sabía hacerse acreedor de aquel tipo de sentimientos. Resultaba tan odiado entre los macarrillas y similares, como popular entre las chicas. Tampoco ayudaba demasiado su éxito entre éstas, ni mucho menos el que le hubiera puesto los cuernos a alguno de los punkies enrollándose con su novia de espaldas a él. Se rumoreaba. No sabía exactamente de quién se trataba. Ojalá no fuera la rubia del Lápidas. Demasiado maja. Carlos era un verdadero imbécil. Estaba segura de que lo había hecho sólo por marcarse el tanto. Él era así.

-Que se ande con ojito. Lo sentimos por ti, pero cualquier día te quedas sin novio.

Entendía perfectamente el sentimiento.

-¿Se puede saber qué le has visto? Una tía guapa e inteligente como tú… ¿Qué haces con ese idiota?

Se encogió de hombros.

-Es guapo.

-¿Guapo? ¿Esa cosa?

Tuvo que reír ahora de nuevo. Risa fugaz, melancólica…

-En cualquier caso, no hay de qué preocuparse. Ya no salgo con él.

Suspiró aliviado el chaval, como si le hubieran quitado un enorme peso de encima.

-¡Alabado sea Dios! Al final abriste los ojos.

Se escucharon carcajadas otra vez. Sus padres debían estar muy felices oyéndolas desde fuera. No resultaban habituales en relación con ella. Luego se quedó ella mirándole muy expresivamente. Era una mirada dirigida a todo el grupo, a través de su líder.

-Bernie… gracias.



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Lo primero que hizo nada más salir, del hospital, fue acercarse hasta el cementerio.. Sus padres hubieran preferido tenerla un tiempo reposada en casa, claro, pero ya esa misma noche la pasó en el camposanto. Después de sus tendencias ya mostradas en tres ocasiones ahora, mucho temían que presionarla deparase más lamentos que dichas y preferían dejarla a su aire. Hasta un punto. Además, había prometido que no volvería a intentarlo. Y ellos la creían. Olivia podía ser muchas cosas, pero desde luego no era una chica falta de carácter o voluntad. Más bien todo lo contrario. Cuando se proponía algo, resultaba muy difícil disuadirla de su empeño.

-No puede ser, ¿verdad? –había preguntado ella. El guardó silencio, limitándose a abrazarla más fuerte. Ya no era tan intenso como en la ocasión anterior. El contacto. Aquello había sido algo glorioso, un estallido sensorial como nunca antes hubiera conocido. Como nunca más volvería a conocer. Al menos en esta vida.

-Yo te esperaré. En el mundo más allá de la tumba. Allí te aguardaré hasta que vengas a reunirte conmigo.

Una lágrima resbalaba por su mejilla, casi sin prestar atención a las palabras, arrebujada en el seno de su amor fantasma.

-¿Cuánto tiempo?

-Todo el que sea necesario.

-Ya…

Demasiado. Más del que pueden soportar dos amantes que ya no pueden pasar el uno sin el otro, sin perder el tino y el Norte.

Pertenecían a universos distintos. Él volaba ya en uno espiritual y metafísico. Ella en cambio, seguía anclada a la materia y su esclavitud. El contacto no podría mantenerse indefinidamente. Había nacido posibilitado por la fuerza de su sentimiento, pero ni siquiera éste podría perpetuar la brecha abierta entre dos dimensiones que fueron creadas para permanecer separadas. Los vivos con los vivos; los muertos con los muertos. Era la Ley.

Se iría debilitando. Cada vez se tornaría más tenue, hasta desaparecer por completo. Después… ya no volvería a ver a Gregorio hasta el día en que fuese a reunirse con él allá. Dentro de… ¿cuántos años? Con suerte, podría perecer joven a causa de alguna enfermedad o accidente. No la habría. La imagen de aquel reloj de arena restaba presente en su mente. Había mucha en el bulbo superior. Demasiada. Moriría de vieja, dentro de sesenta años o más. Sesenta años… casi sentía un escalofrío al pensarlo.

-No voy a esperar, Gregorio.

-No nos queda otra alternativa. Ya conoces la opinión de la de la guadaña al respecto. No es tu hora. Tu sacrificio no solucionaría nada.

-No…

Era cierto. Nada conseguirían con su autoinmolación. Nada con su muerte…



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Sabía lo que tenía que hacer. Ahora lo sabía. El futuro, antes incierto y oscuro, aparecía por primera vez para ella claro y despejado, perfectamente trazado el camino a seguir.

Lo primero fue hablar con Carlos. El quería algo de ella. Y ella, ahora, quería algo de él. Quid pro cuo.

-Querías mi cuerpo, ¿no? OK, está bien. Tuyo es. Puedes follarme y podrás presumir delante de todos de haberme desvirgado. Me da igual. Incluso te dejaré que lo grabes en vídeo si quieres.

Parecía alucinado. Aquella tía estaba verdaderamente desquiciada. Loca de atar.

-¿Follar… en un panteón del cementerio?

Conocía bien de las manías de su ex chica –¿realmente era ex?-, pero aquello era ya demasiado.

-Quid pro cuo.

-¿Cómo?

-Fufty-fifty. Cada uno pone algo. Tú quieres mi cuerpo, yo necesito el tuyo.

-¡Tú estás loca, tía!

¿Enamorada de un muerto? Según le había comentado, la cosa iba de eso. Había quedado prendada de la imagen en la foto de alguna lápida, y necesitaba un cuerpo de varón que pusiera carne a lo que ella percibía en espíritu. Podría así dejar volar su fantasía e imaginar que fuera el difunto el que la montara.

-¿Y a ti qué más te da? El motivo nunca te ha importado demasiado para estas cosas. ¿Por qué le das tanta relevancia ahora? Podrás follarme siempre que quieras. Te haré y me dejaré hacer de todo. Pero tiene que ser allí.

¡De psiquiátrico! Y sin embargo… Desde luego, la tía estaba loca, pero también buena de narices. Sus labios, su escote, su cintura… un auténtico boccato di cardinale.

Tenía razón. ¿Qué más daba el motivo por el cual acabase cayendo? Lo importante era que finalmente lo haría y podría gozar de aquel cuerpo escultural. ¡Que se fuera al carajo con sus fantasmas y sus chaladuras! “Tú ábrete de piernas para mí, nena, y para lo demás, que te den”

-De esto, ni una palabra a nadie hasta que haya ocurrido.

-¿Y eso? ¿No dices que no te importa que presuma de ello y que hasta me dejarás grabar un vídeo si quiero?

-Ya sabes… estoy loca. Si empiezo a escuchar rumores o me imagino miradas raras en la gente, igual me rayo y cambio de idea. Y tú no quieres que eso ocurra, ¿verdad?

“¡Por supuesto que no, nena! Ahora que lo tengo tan cerca… Ya habrá tiempo de pregonarlo a los cuatro vientos después.”

-Lo que se diga después no me importa, pero si ocurre antes podría ponerme nerviosa. Sé que sabrás permanecer callado. Tampoco te valdría comentarlo y pedir a quienes lo hicieran que guardasen el secreto hasta después de haberme follado, pues si me llegase alguna vez noticia de ello, me enfadaría mucho y les contaría yo a todos cómo fue la cosa realmente. El gran Carlitos, el guaperas, en ligón… aceptó follar con la rara mientras ella pensaba en otro. ¡Qué patético! ¡Qué humillante!

Tenía razón.  No le importaba en absoluto. De tratarse de una espera más dilatada, probablemente no resistiría sin contárselo a nadie, pero sólo duraría un día. Poco más de veinticuatro horas. Luego podría contárselo a todo el mundo. Valía la pena morderse la lengua hasta entonces. Ella sabía que así lo haría. Él sabía que ella lo sabía. Todo perfecto.

“Mañana por la noche. En el cementerio.”



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Carlos se sintió delirar al agarrar los divinos pechos, estrujándolos en sus manos. Las uñas de ella rasgaban su piel, como agarrándose con fuerza a la realidad para no dejarse arrastrar a la deriva emocional por las sensaciones que estaba viviendo. ¡Bendita chalada…! Ningún premio satisface tanto como aquel que sólo se consigue tras mucho esperar y luchar por él. Sí, Olivia podía no andar del todo bien de la cabeza, pero su cuerpo desnudo compensaba con creces sus desvaríos mentales. Sus pletóricas carnes, tanto tiempo anheladas… ahora, por fin, eran suyas. ¿Qué más daba en quién pensase la loca?  El que lo disfrutaba era él,   ¡al cuerno con todo lo demás! ¿Un muerto? ¡Que le diesen mucho por el culo al muerto!

Ella cabalgaba ahora desbocada, colocada a horcajadas sobre él, las rodillas y sus tibias en contacto directo con la dura madera, que crujía en la semipenumbra del panteón, tan sólo iluminado por un par de cirios encendidos. Un lugar desagradable ciertamente. Olía a decrepitud y ruina. A muerte. No a muerto. No es lo mismo. Aquel olor evocaba irremediablemente pensamientos depresivos y patéticos. Tan patéticos como la oscura diosa que ahora le conducía a la dimensión del placer a lomos de un siniestro corcel. Era un pensamiento extraño. “El caballo del ángel exterminador”.

Se encuentran dentro del ataúd. No contribuye a relajar demasiado. La idea le repugna, pero pesa más el deseo de gozar de su carne. Rodeándoles, sobre el frío pavimento, los huesos de aquel desgraciado. Estaba seguro de que, de alguna manera, se lo había hecho con ellos. Restregándose la calavera por la raja o metiéndose algún fémur o algo así, vete tú a saber. Vaginalmente, hasta hacía tan sólo unos momentos, había sido virgen, podía dar fe de ello. Existían más posibilidades. Aquella pava estaba desquiciada. Era capaz de cualquier cosa. Por momentos, llegaba a sentir miedo de ella.

Carlos se sintió marear. En un primer instante, lo achacó a la embriaguez sensorial que le embargaba en aquellos momentos. Tardó un poco en darse cuenta de que algo allí no andaba como debiera. Aquello no era normal. Aquel desvaído no era consecuencia del esfuerzo físico ni del frenesí sexual.

-Me… siento raro…

Era como si la consciencia amagara con marcharse y volviese a continuación. Algo latente, pulsante… Cada vez se alejaba más. Llegaría a hacerlo hasta sumirlo todo en la más completa oscuridad. Olivia dejó de cabalgar, quedando inmóvil sobre él, contemplándole serena.

-¿Qué… qué pasa?

El narcótico en sus uñas. Claro. El Lápidas podría haberle comentado acerca de él.

Carlos sintió como el conocimiento le abandonaba definitivamente. Un último sentimiento antes de que las luces se apagaran del todo para dejar paso al negro absoluto.

Se puso ella en pie entonces. Tomando el puñal del lugar entre sus ropas en que lo había escondido, lo colocó a continuación sobre el cuello del chico. Aguardó un instante. Luego miró hacia las sombras.

Sabía que estaba allí. Siempre lo había estado. Con su desnudo rostro sonriente. La Muerte… Siempre alrededor de ella. Su compañera. Su amiga… No todos podían percibirla. Ella sí. Ahora también podía verla.

Las palabras no eran necesarias para ella. Su mensaje era claro. Todo el mundo podía entenderla, sin necesidad de labios ni cuerdas vocales que articulasen sílaba alguna.

-No, no es su hora tampoco. Lo sé. Pero vas a tener que elegir.

No cambio su semblante. ¿Cómo podría hacerlo el de un muerto? Y sin embargo se hizo evidente su confusión, poniendo de manifiesto que hasta la muerte puede dudar.

-No voy a esperar ochenta años para reunirme con Gregorio. Un intercambio. Es lo que te propongo. Yo sacrifico una vida joven, enviando su espíritu a tu reino; y tú permites a cambio que el de Gregorio salga de él para permanecer junto a mí los años que en la Tierra quedasen a aquél. Quid pro cuo. Te ofrezco lo mismo que te pido.

Impasible. Nunca alterada su expresión.

-Ya te he dicho que lo sé. No es su hora. Pero, sea como sea, hoy alguien para quien todavía no estaba señalada la suya, partirá hacia la oscura dimensión. Si no él, yo.

Confusión. Hasta la muerte puede dudar a veces.

-Estoy resuelta. Si no puedo estar con él, me quitaré la vida. Ni siquiera tú podrás evitarlo esta vez.

Silencio.

-Soy hija predilecta tuya. Sé que me concederás lo que te pido. Eres amorosa con tus hijos.

Instantes de reflexión. Después, la cadavérica cabeza asiente, y Olivia descubre que hasta ella es capaz de sobrecogerse cuando la muerte decide hacernos una señal. Tras ello… nada. Simplemente desaparece.

Suspira exhausta, como quien acaba de realizar un gran esfuerzo. Realmente ha sido así. El pulso emocional ha sido terrible.

Todavía sigue desnuda. El puñal cae de su mano que, a ciegas, palpa a sus espaldas en busca de un resquicio donde sentarse, apoyando sus glúteos en él una vez lo ha encontrado. Su mirada se eleva hacia el techo.

-Lo hemos conseguido, Gregorio.

Tras un momento de reposo, comienza a vestirse.



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-¡Joder tía! ¿Qué has metido aquí? Pesa todavía más que la otra vez.

Sí, pesaba más que la otra vez. Los punkyes no sospecharían nada. O quizá sí. Cuando comenzasen a echarlo en falta, quizá alguno de ellos hilara cabos. En cualquier caso, no dirían nada. Era de los suyos. De los que se encuentran más a gusto en el lado de la sombra que en de la luz. Y además Carlos les caía mal. Muy mal.

“Que se ande con ojito. Lo sentimos por ti, pero cualquier día te quedas sin novio.”

No, no dirían nada. Si llegaban a sospechar. Probablemente ni siquiera sería así.

-Piedras, como la otra vez. ¿No las escucháis?

Por supuesto, había tomado la precaución de introducir algunos de los escombros procedentes de la lápida de Gregorio, haciendo desaparecer convenientemente los demás.

-¡Joder piedras! No recuerdo que pesaran tanto.

-En esta ocasión he recogido más dentro del cofre. Todas las que habían por aquí y por ahí afuera. Creo que voy a estar un tiempo sin venir por estos lares y quiero dejarlo todo ordenado.

-Tía, estarás muy buena, pero eres más rara que un perro verde.

No se hicieron rogar los muchachos. De nuevo, el color de su dinero resultaba más que convincente, y ahora, además, eran amigos.

-Vale, meted la caja en el hueco y luego lo tapiáis con ladrillos y cemento, como la otra vez. Dos capas de ladrillos y dos de cemento. Queremos que quede todo bien sellado.

Lo que realmente “querían”, era que los gritos del desgraciado no resultasen audibles desde el exterior. Cuando despertase, a no mucho tardar ya, comenzaría a debatirse y pedir auxilio como un condenado. Lo estrecho del nicho le impediría abrir la tapa del ataúd, manteniéndole allí confinado hasta que, dentro de algunos días, pereciese de inanición. No le preocupaba demasiado. En realidad, no le preocupaba en absoluto. Sus pensamientos estaban ya en otro varón. Uno que ya no se marcharía de su lado.

Cumplieron bien su función los chavales. Tras ello les pagó y se alejaron muy contentos.

-Ya sabes, guapísima: para lo que quieras.

-Tranquilos: os tengo en cuenta.

Una vez quedó a solas de nuevo, sintió cómo la abrazaban desde atrás, rodeándole la cintura unos brazos que no eran de este mundo. ¿O sí? Al menos, ahora permanecerían en él. Brazos “inmigrantes”. Frías manos le acarician los pechos, el vientre… Son caricias de ternura, no eróticas.

-Quiero tener hijos. Algún día…

Pasan ahora los dedos por su mejilla, apartando un mechón de sus cabellos.

-Encontraremos la forma.

Olivia sonríe. Cualquier otra pensaría que aquello es puro desatino. No ella. Ella es Olivia, la gótica. La rara. La loca.



Por el cementerio en la noche, dirigiéndose hacia la salida, camina abrazada una extraña pareja, formada por una espectral figura y una hermosa muchacha. Tumbada sobre  una losa de mármol, otra se afana entre besos y caricias de erótica pasión.

-¿A dónde va con eso? –pregunta la novia del Lápidas. Su chico tan sólo se encoje de hombros.

-Cualquiera sabe. Esa pava está colgada del tarro.

-A mí me cae muy bien.
- a mí también. Pero está colgada.

La joven deja escapar una ligera risita. Luego, él le sella los labios con su boca y vuelven a lo suyo. Al fin y el cabo, tampoco se trata de una visión fuera de lo común dado el lugar y su protagonista. Tan sólo Olivia, la loca, caminando solitaria entre las tumbas con una calavera en la mano.



FIN

2 comentarios:

  1. que! hermoso!! enserio Ana esta es una historia muy chula...me hubiese gustado que al final la muerte rellenara de carne a Gregorio para que asi Olivia tenga su mayor deseo cumplido...pero al fin y al cabo Olivia vive feliz con su calavera :) Felicidades alas dos Ana y Alma

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  2. Pensé un final como el que comentas, pero dedico que quería darle un toque más siniestro y necrófilo a la historia, al tiempo que marcar el terror de Carlos al ser enterrado e vida. Al final sin embargo, éste último quedó definido en forma bastante episódica.

    Por otro lado, al revisionar la historia entera, he encontrado una duda planteada que no había previsto y, creo, redunda en beneficio del resultado final de la historia. Lo que vive Olivia, ¿es cierto en realidad o en verdad está loca? ¿Ha vuelto el fantasma de Gregorio para entablar un romance con ella, o todo está en su cabeza? Parece que no se despeja la duda, o al menos no he encontrado yo ningún detalle que lo haga. Y le comentaba antes a otro lector por privado sobre ello. Si encontráis vosotros algún detalle al respecto que despeje la incógnita, hacédmelo saber.

    Saludos, Mazziel. La próxima semana, artículo sobre Jack el Destripador, desde una perspectiva no analizada antes en ninguna otra web –al menos que a mí me conste-; o sobre la práctica del vampirismo como aberración sexual en nuestros días. ;-)

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