viernes, 13 de julio de 2012

LA VIEJA: 2ª PARTE




Pablo tuvo consciencia de que algo terrible había ocurrido nada más entrar en casa. Fue ver aquella anciana llorosa sentada en el sofá del salón y entenderlo.

-¿Dónde está mi mujer?

Sentidos sollozos fueron la única respuesta que encontró en un primer momento. Extrañado, miró hacia el interior de la vivienda, allá donde se abría la puerta de la cocina, y luego de nuevo a la vieja.

-Oh Pablo, cariño… yo soy tu mujer.

Sintió que algo se removía dentro de su cuerpo, muy especialmente en el estómago, al escuchar aquello. Un auténtico disparate, por supuesto, pero que de alguna manera había conseguido hacerle estremecer. Cariño Le había llamado cariño. No pudo evitar un sentimiento de aprensión. Imaginarse realmente besando o haciendo el amor con aquella ruina humana... Debía resultar cruel la consideración, pero no le vino otra a la mente en aquel momento.

-He preguntado dónde está mi mujer.

Rompió a llorar desconsolada.

-¡Dios, mío!... ¡Dios mío! ¿Cómo has consentido que pase esto?

¡Vieja loca! ¿Dónde estaba su esposa?

-¡Ainhoa! –alzó la voz- ¿Estás en casa?

Sollozos.

-Ainhoa está en casa Pablo. Soy yo.

Se sintió él irritar ahora. Todas las alarmas de su mente y su cuerpo sonaban cual anunciando la mayor de las catástrofes.

-¡Señora, ya basta! Tiene un minuto para decirme qué ha ocurrido aquí y donde está mi esposa.

La mujer era un valle de lágrimas.

-Se acabó. Voy a llamar a la Policía.

Se liberó de su maletín lanzándolo con furia contra uno da los sillones, para sacar el móvil del bolsillo de la chaqueta.

-Procura no equivocarte. Como aquella vez que los llamaste a la ambulancia en lugar de a los bomberos cuando vimos aquel principio de incendio en el monte.

La miró perplejo ahora. Aquello había ocurrido realmente. Se rieron de ello una vez tuvieron certeza de que éste había sido controlado. Ella le mantuvo la mirada., Sus hermosísimos ojos verdes inundados de incontenible y triste humedad.

-Soy yo Pablo. No te están engañando.

¡La muy bastarda! ¿Qué le habían hecho a Ainhoa? Debían haberla amenazado o maltratado para obligarles a revelarle detalles como aquél con que ganar su confianza.

-Pregúntame lo que quieras. Sé lo que estás pensando. Es fácil intuirlo. Yo también lo haría.

Perplejidad.

-Vamos… pregúntame lo que quieras. Cualquier cosa que sólo tú y yo podamos saber. No pueden haberme obligado a contarlos todos.

Dudó Pablo. Como si, por un momento, aquel disparate pudiera someterse a consideración. ¡Bobadas! Llamar a la Policía. Eso era lo que iba a hacer.

-Vamos… pregúntame.

Dudas de nuevo.

-El color del camisón de Ainhoa en nuestra noche de bodas...

-¿Qué camisón? Tu piel contra la mía. Nada más nos arropó esa anoche bajo las sábanas. Vamos Pablo. Pónmelo un poco más difícil.

Casualidad. Había sido pura casualidad. La noche de bodas. Por supuesto. Sería una de las primeras cosas en que pensaría cualquiera a la hora de interrogarla.

-El perro de la novia de mi primo Enrique. ¿De qué raza es?

-Tú no tienes ningún primo llamado Enrique. Su nombre es Ernesto y su novia tampoco tiene ningún perro, sino una gatita que recogió de la basura, donde la habían abandonado al nacer.

¡Casualidad! ¡Pura casualidad!

-¿Cuánto costó esta corbata que llevo? –preguntó ahora tomando ésta en su mano.

-¿Cómo quieres que lo sepa? Tienes tu colección de corbatas desde antes de casarnos y no has comprado ninguna nueva. La de rayas rojas y negras es la única que ha entrado en dos años en ésta casa y no estuviera antes, y te la regaló tu hermana por tu cumpleaños. Pónmelo más difícil Pablo.

La voz de la anciana sonaba frágil, quebradiza… una actuación de Óscar.

Siguieron a aquéllas otras preguntas. Una auténtica batería Platos favoritos, lugares frecuentados, experiencias íntimas… Tenía razón. Ningún interrogatorio podría ser tan perfecto. Menos aún en tan poco tiempo.

-Señora, por favor -ahora la suya también parecía a punto de vencerse-… dígame que está pasando. ¿Dónde está mi esposa?

Nuevas lágrimas corrían por su vetusto rostro.

-Pablo, mi amor… yo soy tu esposa.

-¡Oh, Dios…!

Se dejó caer abatido en el sofá para ceder finalmente al llanto él también.

-No puede ser. Por favor, señora… dígame dónde está Ainhoa. Se lo suplico…

Ni siquiera pudo hablar ahora para responderle. No en un primer momento.

-Está bien… cuénteme su historia.

Lo hizo. Un auténtico disparate de relato. Algo que no podía ser.

-Señora… voy a llamar a la Policía.

Se denotaba ahora totalmente abatido. Obvio no tenía nada claro qué hacer, por más que quisiera convencerla a ella y a sí mismo.

-Quizá sea lo mejor. Es posible que aún puedan encontrarla. Y traerla a tu lado… ¿Quién sabe? Hasta puede que piense que lo mejor sea quedarse contigo. Sí, será lo mejor. ¿Qué podría yo ofrecerte ya con este cuerpo?

La observó compungido. ¡Oh Dios, Dios, Dios…! ¡Era Ella! ¡Era Ainhoa! Lo sabía. Podía insistir en negarse a admitirlo, pero lo sabía. Era su esposa. Su amadísima esposa. Su forma de mirarle, de gesticular, de hablar… no eran sólo todas las preguntas a las que había respondido y todas a las que, insistía, podía responder. Era todo. Cuando una persona es parte de ti, puedes reconocerla en cualquier circunstancia. Incluso en una tan terrible como ésta.

Pablo recurrió desesperado a Gregorio, su jefe. Fue a visitarlo a su casa, interrumpiéndole en medio de la hora de la comida con su familia. Ni siquiera se disculpó. Ni siquiera podía pensar en eso. En nada que no fuera aquel aberrante drama en que Ainhoa y él se habían visto repentinamente sumergidos.

Gregorio era un hombre de recursos. Un brillante letrado dotado de una mente agilísima. No tenía idea de cómo pudiera ayudarle en aquel trance. No se le ocurría otra persona a la que acudir en ese momento. No se le ocurría nada con sentido. Él había tomado mucho afecto también a la chica. Era tan cariñosa y abierta con todos… Gregorio insistía en que, para cuando hubiera nacido el niño que esperaban y llegara la fecha del bautizo, él y no otro había de ser el padrino. Sí, la apreciaba mucho él también

Huelga comentar lo que costó convencerle. Si dificultoso había resultado con el propio Pablo, imagínese con quien no es pariente tan próximo. Costó, pero se consiguió.

-Esto que me contáis es una locura.

-Dígamelo a mí, don Gregorio… dígamelo a mí.

Las lágrimas de la anciana se veían demasiado sentidas. Demasiado verdadero y profundo su dolor. Fue una secuencia continuada de recursos y llamadas. Gregorio se puso en contacto con Quevedo, el más que competente titular de la agencia de detectives con que solía trabajar su despacho. Pocas veces le había fallado cuando se había tratado de investigar a alguien.

Se conocían desde hacía más de treinta años, cuando los tiempos en que había sido sargento de la Guardia Civil. Conservaba de entonces notables contactos tanto en este cuerpo como en el de la Policía Nacional. Más todavía había costado convencerle a él, claro.

-Tienes que confiar en mí, Quevedo. Te lo pido por favor. Aunque no creas la historia, haz como si la creyeras por un momento y dime qué podemos hacer. Tú sabes más acerca de buscar y presionar a la gente.

Buscar y presionar a la gente. Valiente talento. ¿De qué habría de servirle en un caso como éste? ¿De qué encontrar a aquella supuesta belleza a la fuga? ¿Cómo presionarla para convencerla de dejar un cuerpo de infarto para volver a uno decrépito y ruinoso?

-Esto es cosa de locos, Gregorio. Pero si tú me dices que vayamos a ello, vamos.

Vamos. Claro. ¿Por dónde comenzar? Quevedo se puso en contacto telefónico con el comisario de la comisaría de Benalúa. Había confianza.

-No preguntes Alfredo. Es mejor que no sepas de qué va la cosa.

-¿Qué me cuentas Quevedo? Si no lo sé va a ser difícil que pueda ayudarte.

-Lo sería de todas formas. Créeme.

Le creía. Eran ya algunos años. Más que suficientes para conocer a las personas cuando se tiene ese talento. Alfredo lo tenía.

-Sólo dime una cosa: Un caso oscuro. Como si hubiera magia y cosas extrañas de por medio.

-¿Magia? ¿Cosas extrañas? Quevedo, ¿has estado bebiendo? Falta mucho para el Día de los Inocentes.

-Demasiado Alfredo. Demasiado.

Silencio.
-En un caso así… ¿cómo actuarías tú?

Silencio.

-¿Es de verdad que me lo estás preguntando en serio?

-¿Recuerdas a mi nieta?

-Sí… claro. Sabes que va al mismo colegio y clase que mi hija.

-Bien, entonces, por la vida de la niña Alfredo: ¿Cómo actuarías tú en un caso como éste?

Sintió un escalofrío el comisario recorrerle la médula. Sí. Le estaba hablando en serio.

-Déjame unos minutos para pensarlo.

Cumplió su palabra el oficial. No tardó mucho más que eso en sonar el móvil del detective.

-Te escucho Alfredo.

-Si de verdad hablas en serio… Hace cosa de año y medio… algo extraño. Una chica joven, una verdadera belleza… ella y un sacerdote extranjero recibieron aquí a una adolescente y a su madre. Ya te digo, muy extraño. Las órdenes llegaron de arriba. De muy arriba, no sabes exactamente cuánto. No nos aclararon nada. Sólo supimos que habíamos de facilitarles un despacho para hablar.

Silencio.

-Se escuchan cosas Quevedo. Son sólo rumores. Afirman que esa chica es una especie de acosadora de brujos y cosas así. Que su respaldo viene desde esferas tan altas, y no me estoy limitando al ámbito nacional, que es mejor no preguntar. Yo no sé nada.

Silencio.

-¿INTERPOL?

-Quizá más arriba todavía.

Casi podía sentirse a Quevedo estremecerse al otro lado del teléfono.

-¿El Vaticano?

-Es mejor no preguntar, Quevedo.

Silencio.

-La otra chica, la adolescente que te he comentado… vivía aquí, en el barrio. Puedo localizarla.

Silencio.

-Si tuviera entre mis manos un caso… extraño… Quizá la chavala pueda localizarla. Yo intentaría ponerme en contacto con ella.

Asintió Quevedo con la cabeza desde el otro lado de la línea.

-Está bien Alfredo. Ponme en contacto con esa muchacha.

No costó tanto convencer a la jovencita. Vía Messenger. Al parecer ahora vivía en Suecia con su chico. No quiso hablar del tema, pero al parecer también había pasado algo terrible y relacionado con lo sobrenatural. Resultó una chica muy guapa y cariñosa también. Fue fácil hablar con ella y contárselo. Muy afortunadamente, no había perdido el contacto con la otra. La acosadora de brujos.

Menos todavía costó convencer a ésta. Al parecer Patricia, que así se llamaba, había llegado a gozar tras lo vivido juntas de su entera confianza. En cuanto le contó lo que había, contactó inmediatamente con ellos y, tan sólo un día después y procedente del extranjero, ya estaba con allí.

¡Dios! ¡Qué mujer! Desirée* era su nombre y su lado palidecían las demás beldades, incluida la propia Ainhoa. Físicamente era de un tipo similar a ésta. Alta, rubia, ojos verdes, cuerpo de top model… pero había algo más en su belleza. Algo indefinible y abstracto. Como una capa de barniz que da el toque definitivo a una soberbia obra de arte. Resultaba extraño. Casi Inquietante. Como presenciar la belleza de un ángel.

Todavía faltaba una última ficha por caer.

-Lo que me cuentas es algo realmente terrible -afirmó mirando a los ojos a Ainhoa, las manos de la anciana cariñosamente tomadas entre las suyas.

-¿Tú… me crees?

Era la que más rápidamente lo había hecho. Bueno, ella y la otra chica. Pero con aquélla sólo habían hablado a través de la video-cámara del portátil. Ésta en cambio estaba aquí y la miraba de frente a la cara. Era distinto.

Sonrió la diosa rubia.

-Por supuesto que te creo cariño.

-¿Podrás… podrás hacer algo?

-Lo primero que necesitamos es saber a qué nos enfrentamos exactamente.

-¿Tú lo sabes?

-Yo no. Mi dominio es el campo mental añadió con una sonrisa-. Muchos lo llamarían magia, pero no es exactamente lo mismo. Pero sé quién puede saberlo con muy gran probabilidad.

Y así fue que cayó la última pieza. Una mujer morena entrada en la cuarentena y de mirada penetrante. Atractiva, indudablemente atractiva, si bien, no obstante, a un nivel bastante inferior a Ainhoa, ni qué decir del de Desirée.

-Os presento a Gloria*. Luciferina practicante y una de las mayores expertas a nivel mundial en el tema esotérico.

Debieron resultar evidentes sus expresiones de pasmo y asombro.

-Oh vale… no os preocupéis. No es momento para explicarlo ni viene al caso, pero puedo aseguraros que el luciferismo es una doctrina que nada tiene que ver con lo que podáis estar pensando.

No parecieron muy convencidos. Tampoco protestaron. Cualquier ayuda era bienvenida. Aquélla parecía la única posible.

De nuevo Ainhoa hubo de relatar su terrible experiencia. Ésta no era como la chica. Si aquélla había escuchado con empatía y esforzándose por hacerla sentir lo mejor posible, su amiga en cambio lo hacía con aparente y total indiferencia.

-¿Qué piensas Gloria? –le preguntó la rubia al finalizar la exposición.

Esbozó una expresión indefinida.

-Es muy extraño.

-¿Conocías el hechizo?

-Oh sí… claro que lo conocía.

-Por tu expresión intuyo que no mucha gente más podría decir lo mismo.

-No. No mucha más.

Inquietante mujer. Tenía algo en la mirada. Como un brillo nacido a partir de un fuego desconcertante. ¿Maldito? ¿Divino?

-Es muy antiguo. Procede de Mesopotamia. Tus viejas amigas, las Lilitú, parece ser que tuvieron que ver con el tema. Ellas no lo adoptaron entre su repertorio, pero se dice que sirvieron a su difusión. El origen se sitúa en Baal, por supuesto. No es el estilo de Lilita, tú ya lo sabes. Ellas debieron hacer de intermediarias.

La miraba Desirée desconcertada. Para todos los demás aquellos nombres nada significaban. Para ellas dos, al parecer, mucho. Quizá demasiado. Pareció respirar aliviada ante la penúltima afirmación. Debía ser realmente hembra de guardar la tal Lilith.

-¿Por qué dices que es extraño?

-Las últimas noticias que se tienen del uso del maleficio proceden de la Edad Media. El principio de la Baja Edad Media. Se creía olvidado desde hace casi mil años.

-¿Creéis –intervino aun más asustada Ainhoa-… que esa mujer lleva haciendo esto desde entonces?

-Oh no, no lo creemos –la tranquilizó dentro de las circunstancias Desirée.

-¿Por qué no?  -preguntó ahora Pablo.

-Baal, Lilith… el Diablo…

Un escalofrío recorrió la médula de todos los presentes. Salvo las de las dos brujas, claro.

-Se ríen de y juegan con los ingenuos. Las Lilitú no son ingenuas. Por eso no lo adoptaron . Nadie que pacte con el Diablo puede perdurar tanto tiempo sin quemarse. La magia negra tiene un efecto boomerang. Antes o después, siempre acaba volviéndose contra quien la utiliza. Un mago muy hábil y dotado podría esquivarlo durante bastante tiempo, pero nadie conseguiría hacerlo durante tanto. Y el precio a pagar es tanto más alto, cuanto más extendido el beneficio en el tiempo.

Asintieron con la cabeza. Realmente estaban out of the game allí todos menos ellas dos. ¿En qué clase de juego siniestro y diabólico habían ido a meterse?

-¿Por qué hace esto? –cuestionó una totalmente compungida Ainhoa.

-Miedo a la muerte física. Ingenuos que sueñan con la vida eterna terrenal.

Asintió con la cabeza Desirée. Pese a no haber conocido el asunto directamente, parecía tener experiencia personal que le permitía intuir de qué iba.

-Elige los cuerpos más bellos que encuentra. Los disfruta y quema en unos pocos años. Drogas, alcohol, excesos de todo tipo… Probablemente envejezca a un ritmo más acelerado que el normal.

Hizo lo propio ahora la morena. Abrió desorbitadamente los ojos la anciana.

-Mi bebé…

Silencio.

-Abortará tan pronto tenga conciencia de que su nueva carcasa contiene una vida gestándose.

-¡Oh Dios mío…!

Rompió a llorar de nuevo. Se acercó Pablo para consolarla, al tiempo que la consternación se hacía evidente también en los otros dos hombres.

-¿Usted –comenzó a preguntar ella cuando pudo reunir el aliento suficiente-… usted podría deshacer el hechizo? ¿Podría devolverme mi cuerpo?

No respondió nada la morena. Tan sólo la observó. Como había hecho todo el rato. Impasible, suficiente…

-Gloria es una de las personas más poderosas del mundo a nivel mágico -lo hizo en su lugar la rubia-. Muy pocos podrían resistirle. Pero no hará nada por ayudarte.

-¿Qué…?

La miró desconcertada. Desconsolada. También Pablo.

-Los adeptos luciferinos nunca se comprometen en una causa que no les afecte directamente, a ellos o a algún ser que sientan especialmente cercano. Gloria ha venido por que yo se lo he pedido. Yo soy el único que en el mundo tiene esa consideración para ella, pero ni siquiera por mí lo haría, a menos que me viera directamente amenazada.

Observó con odio él a la morena. Echando chispas por los ojos, se puso en pie e hizo ademám de avanzar hacia ella, en su mente la intención de forzarla a ayudarles empleando para ello los medios que hicieran falta. Los que hicieran falta.

Se detuvo sobrecogido al punto no obstante. Tras la mujer, por un instante… ¿creyó haber entrevisto otra figura femenina? Una de cabellos rojos como el fuego y belleza aterradora. Más hermosa aun que la bruja mental. Bella como sólo lo espiritual puede llegar a ser. ¿Fue real?

-Siéntate Pablo –le pidió Desirée. Volvió él el rostro para mirarla. Por favor.

¿Qué estaba pasando? ¿Qué aberrante conjunto de influencias diabólicas se estaban dando cita allí?

-Tú no lo entenderías. No se puede juzgar a alguien como Gloria por nuestros patrones. Ella forma ya más parte de otros mundos que de éste. Y cuenta con importantes padrinos en aquéllos. No necesitaría defenderse de tu ataque. Podría perfectamente, pero no lo necesitaría. Antes de haberte aproximado lo suficiente para dañarla habrías caído hecho pedazos.

El horror se podía apreciar de forma evidente en los ojos del hombre. También en los de la mujer.

-Siéntate Pablo. Por favor…

Parecía congelado en el sitio.

-Hazle caso Pablo. –acudió en su rescate Gregorio.

Abatido y sollozante, se dejó caer sobre el sillón.

-Dime Gloria -volvió a lo suyo la rubia-… ¿Es posible que cambie de cuerpo de nuevo? Si encuentra otro más atractivo o que le seduce más, por ejemplo.

Negó ésta con la cabeza.

-No lo creo. Una cosa es poseer un cuerpo. Otra muy distinta debe resultar hacerlo tuyo hasta el punto de poder usarlo como trampolín para pasar a otro. Para ello se requiere una armonización cuerpo-espíritu que sólo semeja coherente lograr tras años habitándolo.

-Pero tú podrías obligarla a volver al que ha usado hasta ahora.

Asintió con la cabeza.

-Luego tenemos que no puede pasar del que ahora posee a otro cuerpo, pero sí volver de éste al que poseía antes.

Volvió a asentir. Quedó pensativa Desirée por unos instantes.

-A menudo existen diferentes maneras de despellejar a un gato.

Alzó la vista la atribulada anciana para mirarla. Todos lo hicieron.

-Será a mi manera.

Quedaron todos perplejos.

-¿De cuánto estás embarazada?

-De dos meses… ¿por qué?

-¿Has venido sufriendo náuseas?

-Sí… las solía tener.

Silencio.

-¿Qué… qué vas a hacer?

Desirée no respondió al punto la pregunta de la anciana, la verde mirada de la bruja clavada sobre la de Ainhoa, las ideas moviéndose y combinándose tras ésta.

-Os va a pedir un informe médico completo –lo hizo la morena en su lugar-, consiguiendo que las miradas se volvieran hacia su persona. También la de Desirée, que acaparó la de ella. Al parecer ambas mujeres tenían la capacidad de comunicarse sin palabras. La rubia parecía reprocharle. No, no era eso. Más bien incomodidad por sentirse predecible ante ella.

-Gloria tiene el desconcertante talento de deducir tus pensamientos a partir de la secuencia lógica que llevan a ellos. Conociendo lo que sabes, deduce la conclusión a que vas a llegar casi antes que tú misma.

Silencio.

-Necesitaré ese informe.

No hizo falta el uso de palabras ni gestos para obtener confirmación.

-También habrá que localizar a esa zorra.

Asintió ahora Quevedo.

-No será difícil. No se llevó demasiado dinero en metálico y las tarjetas ya han sido bloqueadas. La cuenta es conjunta del matrimonio. Pablo puede retirar los fondos de que dispone. Tiene su cuerpo y su documentación Podrá demostrar que es quien dice ser y desbloquearlas, pero las encontrará vacías.

>>Necesitará dinero. Tuve oportunidad de conocer a la chica… es decir…

Asintió Ainhoa para tranquilizarlo ante su atoramiento.

-Era una verdadera belleza. Semejante hembra puede conseguirlo rápidamente trabajando de go-gó en discotecas o de prostituta en los clubes o casas de contactos.

-Oh Dios mío… mi pobre cuerpo…

Se la veía totalmente abatida. Sin casi fuerzas para hablar siquiera.

-Una mujer así no pasa desapercibida. Es de suponer que haya salido de la ciudad, pues aquí quedaría expuesta a una reacción violenta por parte Pablo o los familiares de ella. Es también lo lógico que lo haya hecho en autobús o tren. El conductor que la llevó la recordará sin problemas. No será difícil seguir su pista.

-¿Avión…? –preguntó Gregorio.

-Aun sería mejor para nosotros. El billete aéreo es al portador. Y si se alejó haciendo autostop lo averiguaremos igualmente, aunque en ese caso costará bastante más localizarla.

Asintieron.

-También necesitaremos un doctor y acceso para él a un hospital –prosiguió Desirée- De eso me encargo yo.

Se volvió para encarar de nuevo a la anciana. Acuclillándose frente a ella, casi arrodillada, volvió a tomar sus arrugadas manos entre las tersas suyas de porcelana.

-Vamos a recuperar tu cuerpo Ainhoa. Confía en mí.


Continuará…

*Desirée y Gloria son personajes que con carácter principal o secundario, aparecen en Pasión gótica, Lucifer odia a Satán y Pesadilla, novelas todas ellas autoría de Ana Negra. El relato contiene referencias a hechos, en relación con ellas, que acontecen en Pesadilla.

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