lunes, 2 de julio de 2012

LA VIEJA: 1ª PARTE



Magia negra, migración de almas… una historia horrible. Nunca abras la puerta a un desconocido. Ni aunque te infunda la mayor de las penas. Puede irte en ello más que la vida.

     Si te gustan las historias de horror, no debes perderte este relato.



                            :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::


Pablo sintió la avenida de su orgasmo, cual si anunciada por sensoriales trompetas hubiera sido su llegada. Envuelto en el clímax y delirio del momento definitivo, agarró las posaderas de su mujer, que sobre el cabalgaba, la cabeza echada hacia atrás para encarar con ojos cerrados el techo, su adorable cabellera cayendo cual cascada de oro y gloria sobre su espalda; para acompañar las rotundas caderas en su ritmo y acompasar éste a la perfección en las últimas embestidas. Aceleró ella por su parte las mismas, suspirando de placer y dejándose guiar en parte por aquéllas.

El placer llegó desbordante, arrollador. Tras él y con una última exclamación de supremo éxtasis, cayó la hembra sobre el potente torso del macho abatida.

-Eres un animal –protestó al cabo de un instante, todavía luchando por recuperar la normalidad en su respiración-. ¡Me vas a matar, bestia! –añadió con una sonrisa y enderezándose para sacudir a su hombre una palmada en el pecho. Rió el complacido.

Pablo y Ainhoa formaban una pareja ideal y, como tal, su sexo era fabuloso y la perfección compenetrado. A pesar de llevar ya casi un año de casados, algunos meses más de relación sentimental, el deseo seguía siendo el mismo que el primer día o aun mayor. Rara era la mañana en que él no le daba su ración antes de irse a trabajar. O que ella le dejaba hacerlo sin proporcionarle lo suyo, según la perspectiva desde la que se mire. A veces se cobraba ello su tributo en un retraso en la hora de llegada al despacho, pero Pablo lo pagaba gustoso y además Gregorio, su jefe, lo entendía perfectamente. Él y Ainhoa se habían conocido allí precisamente. El hombre era titular de un prestigioso bufete, en el cual prestaba sus servicios como letrado él. Ella por su parte, había sido secretaria en el mismo, llegada a él merced a la amistad que su padre mantenía con Gregorio. Los conocía bien pues éste a ambos. Sabía que los dos eran buenos muchachos y un buen profesional él. Un retrasillo de vez en cuando, en tanto no se diera en momentos en que pudiera afectar especialmente, no era algo de reprender especialmente. Si acaso alguna regañina amistosa. Para que no se repitiera la cosa, al menos por un tiempo. Ainhoa era una hembra espectacular y ante eso Gregorio se ponía en el lugar del chico y entendía. Perfectamente.

-Bueno, voy a preparar el desayuno.

-Claro. Yo voy a darme una ducha.

Estaba muy enamorado Pablo de su mujer. Realmente la adoraba. Le había llegado ya con treinta y siete años, en un momento en que prácticamente había aparcado por ingenua y de forma casi definitiva  la idea de encontrar el amor verdadero. Ese que dicen es para toda la vida. Tras varias experiencias y relaciones a sus espaldas, algunas de las cuales habían tenido por coprotagonistas a féminas que realmente le cautivaron en su momento, había llegado a la convicción de que el romanticismo es cuestión de un instante. Fuerte atracción física y pasional al inicial, seguido de una cuesta abajo más o menos pronunciada que se inicia algún tiempo tras éste y que puede variar de unos a otros casos, pero que, invariablemente y si bien con altibajos, lleva a la extinción del sentimiento. La última de ellas con una hermosa mujer, algo mayor que él. No estuvo mal mientras duró. Luego se acabó y decidieron dejarlo de mutuo acuerdo.

Fue entonces cuando conoció a Ainhoa. ¡Y el mundo se le vino encima! Nada más verla. El primer día. No necesitó más. Se trataba de una espectacular muchacha, rubia rubísima, de esas que lo son naturales, pero que aun se tiñen para llegar al tono platino, y dueña de unos espectaculares ojos verdes, rasgados como los de las hembras eslavas, que hacían sentir auténtico vértigo al asomarse a ellos. Su expresión, su sonrisa… ¡era una auténtica diosa. Sólo necesitó esa primera mirada al llegar aquel día al despacho y encontrarla tras la mesa del recibidor y ocupada al ordenador, para tener claro que  se trataba de la mujer más atractiva que hubiese visto en su vida. Ella le sonrió y saludó al verle. Aquellas esmeraldas en su cara brillando cual estrellas en una noche de verano en el mar…¡tenía que ser suya! No sabía cómo. Ni cómo abordarla, ni cómo intentarlo… Tan sólo tuvo constancia de la imperiosa necesidad.

-Hola –le saludó poniéndose en pie para recibirle. ¡Dios! ¿Aquel cuerpo era suyo? ¿Estaba viviendo aquello realmente o quizá todavía seguía soñando en su cama?- Tú debes ser Pablo.

-Sí…-afirmó él observándola extasiado- lo soy. ¿Por qué lo has sabido?

-Me lo dijo Sandra.

Sandra era otra de las compañeras. Probablemente una de las más competentes abogadas civilistas de la ciudad.

-¿Qué es lo que te dijo?

Sonrió ella con deliciosa picardía.

-“El más guapo de los chicos del bufete. Lo reconocerás sin problemas.”

-Oh, vaya… Recuérdame que le dé las gracias en cuanto la vea.

Rió adorable. Se trataba de un simple comentario entre compañeros. No le estaba tirando los trastos.

-¿Sabes? Me ha dado una idea. Cuanto tenga que hablar de ti a alguien, les diré “la más guapa de la ciudad. La reconocerás sin problemas.”

Volvió a reír.

-Anda, quedón… ¡déjate de lisonjas y exageraciones, que don Gregorio te espera en su despacho. Tenéis que hablar algo relacionado con el juicio de mañana.   El de la constructora malagueña.

Sonrió él también. Era maravillosa.

La cosa vino sola a partir de ahí. Ainhoa era mucho más joven que él. Veintiún añitos. Prácticamente una niña. Para él y en comparación al menos. En principio una diferencia de edad importante. Excesiva quizá. Estaban en generaciones distintas, en mundos distintos… Ella en la edad de salir a las discotecas a     bailar y divertirse alocadamente. Él en la de haber cimentado y consolidado ya las bases definitivas de su vida. ¿Cómo abordar algo así? Aunque le encontrase atractivo, y muy probablemente así ocurriera a juzgar por sus miradas y el trato que mantenían, la barrera podía resultar formidable. Una cosa es encontrar objetivamente atractiva a una persona; otra llegar a sentir deseo sexual por ella o contemplarla como posible relación. Pablo era un tío guapo y bien plantado. Le constaba y siempre había tenido consciencia de ello. Las mujeres le miraban por la calle al pasar. También a veces las jovencitas y adolescentes, pero en éstas se trataba la cosa de una mera aprobación estética sin más. El viejo estribillo. “Para su edad está muy bien. ¿Pero te enrollarías con un tío de su edad? ¡No, no…! Sólo reconozco que está bueno”

Pablo era un morenazo de hermosos y expresivos ojos marrones, de elevada estatura y amplios hombros favorecidos por muchos años de práctica de la natación desde su juventud. Algo que puede cautivar a prácticamente cualquier mujer. Una cosa es cautivarla: otra seducirla y conquistarla.

A Ainhoa la conquistó. Con el trato vino la confianza. Con ésta la complicidad y con ella la atracción. A ella le ganó la mundología y desenvoltura de él, mucho más que el mero y evidente atractivo físico. Sabía hablar mirándola a los ojos, de aquella forma tan franca y perturbadora. A veces los enviaba don Gregorio juntos a otras ciudades cuando había que tratar con clientes que no podían o les resultaba especialmente gravoso desplazarse en ese momento, o cuando se trataba de asuntos que, por cualquier motivo, requiriesen la medida. Solían salir a cenar entonces. Desde luego, no cabía duda de que él sabía tratar a las mujeres. Separar la silla de la mesa para ofrecérsela antes de tomar su propio asiento, cubrirla con su propia chaqueta cuando al salir hacía frío… tomar sus manos entre las suyas sobre aquella al tiempo que le miraba a los ojos ya más avanzada su relación hasta un punto rayano entre la mera amistad y algo más…

Ainhoa acabó completamente enamorada de Pablo. Tanto o más que él de ella. Tras apenas tres meses de noviazgo, decidieron casarse sin más. Sin dudas, sin objeciones… Ambos tenían claro que habían n acido el  uno  p ara el otro.

-Bueno, me voy –afirmó él una vez hubo acabado de cepillarse los dientes tras desayunar, tomando su maletín del lugar sobe el sofá en que ella lo había dejado. Lo acompañó Ainhoa hasta la puerta para despedirse, como cada día. Abrazándose, se besaron con ternura y sentimiento. La mano de  él resbaló  por la espalda de ella hasta su soberbio trasero para acariciarlo. Pura piedra. Pablo estaba convencido que hasta sin sus sesiones diarias de pilates y bodypump, sus carnes seguirían  prietas y firmes como  el mármol.

Separó ella el rostro un poco para mirarle a los ojos sonriente.

-Cuidado… ¿quieres que empecemos de nuevo?

Rió él ligeramente.

-Si tuviera un poco más de tiempo… pero hoy no puede ser.

-Entonces quita esas manos de ahí. Ya sabes lo caliente que soy y lo rápido que me enciendo.

Sí, lo sabía. Puro fuego. La suya era una pasión realmente abrasadora. Cayó su mirada hasta el apabullante escote que la bata de seda blanca creaba allá donde se cruzaba. “¡Bufff…!” Sus pechos, ya de por sí generosos, si bien sin llegar a lo enorme, se veían ahora hinchados y entraban de pleno en aquella dimensión. Era cosa del embarazo. Todavía no se notaba en su figura, pero comenzaba a hacerlo en aquél y otros detalles.

-Te las guardaré para la noche –aseguró pícara ella, sin dejar de mirarle de aquella forma tan irrrsistible y sensual.

-¿Crees que podré con todo eso yo solo?

-Oh, bueno… Seguro que lo intentarás.

Rieron.

-Hay que guardar algo para la pequeña Claudia –objetó él.

-Aún le quedan varios meses para llegar –razonó ella-. Hasta entonces es todo tuyo.

Volvieron a besarse. Realmente vivían un amor verdadero y eterno.

-Bueno, me voy, que voy a llegar tarde. Ya sabes, no abras a nadie.

-Bah, vete ya. No seas pesado.

Rió de nuevo él mientras cerraba la puertecilla del jardín del bungalow. Siempre le daba aquel consejo antes de salir. Se quedaba así más tranquilo. En su trabajo había conocido varios casos de asaltos a mujeres solas en sus casas y que habían recibido en ellas confiadas a vendedores, contadores del gas, carteros… que en realidad no lo eran.

 Abrió el coche para subir. La noche anterior había aparcado ante ella en lugar de en el garaje. Ella le lanzó un último beso con la mano antes de verlo alejarse en dirección a la verja de entrada. Después volvió adentró y cerró la puerta tras ella.

-Bueno… a comenzar el día.

Hoy lo haría por el inglés. Desde poco después de casarse, habían decidido que ella abandonara su trabajo en el despacho para formarse convenientemente a fin de poder alcanzar uno mejor en el futuro. A Ainhoa le gustaban los idiomas. Hablaba francés desde niña, merced al hecho de que su abuela tenido ese origen y siempre se hubiese preocupado por hablar con sus nietos en dicha lengua, y se defendía un poco en italiano tras haber salido casi un año con un chico de esa nacionalidad hacía algunos años.  Era muy parecido al castellano, no fue difícil de aprender. Ahora había empezado a estudiar la de Shakespeare. En cuanto la tuviera más o menos dominada, pasaría a perfeccionar aquella latina y tras ello al alemán. Después ya vería. Dudaba entre el chino y el ruso. Decían que ambos podían ser importantes en el inminente futuro. También estudiaba informática. Las mañanas quedaban para una cosa, las tardes para la otra. Hoy empezaría por el inglés.

Sacó la botella de té de la nevera y un vaso. A Ainhoa le gustaba el té frío. Muy frío. Luego lo preparó todo para el estudio. Diccionario, libreta, libro, portátil… Qué gran ayuda representaba éste. Conectada a Internet, podía mantener diariamente conversaciones vía redes sociales, chat, etc, por escrito u oralmente con contactos angloparlantes de todo el planeta. También leer artículos y consultar blogs y demás. ¿Cómo se las arreglaba la gente para estudiar idiomas antes de la llegada  y normalización del uso de la red de redes? Resultaba difícil imaginarlo.

“Toc, toc…” llamaron a la puerta. Se sintió extrañada Ainhoa. Ni siquiera habían tocado el timbre. ¿Quién podría ser? Quizá algún vecino.

Acercándose hasta la gran ventana del salón al lado de aquélla, puedo observar a una anciana de aspecto deplorable encorvada ante el portal. Sintió lástima. Parecía una mendiga o algo así. Con toda probabilidad lo era. Echó una mirada en derredor. Pura precaución. Pablo le había advertido que a veces los ladrones usan trucos como aquel para vencer la desconfianza de la gente. No había nadie. Tan sólo unos niños esperando con su madre la salida de su progenitor del garaje con el coche para llevarlos al colegio. Además eran vecinos y aquello una urbanización cerrada. Si hubiera alguien escondido tras la valla del jardín lo vería ésta.

Decidió abrir sin más.

-Buenos días señora. ¿En qué puedo ayudarla?

-Buenos días hija. ¿Podrías darme algo? Estoy sola en el mundo y no tengo de qué vivir. A mi edad y en mi estado ya no puedo trabajar y no tengo quien se ocupe de mí tampoco.

Sintió verdadero sentimiento de pena por ella. Pobrecilla. Realmente era muy mayor. Debía pasar largamente los noventa años de edad. Probablemente rondara los cien. Sintió mucha, mucha pena por ella.

-Por supuesto señora. Espere un momento a que traiga el bolso.

No quedaba éste demasiado lejos. Tan sólo en el colgador que para el mismo, los paraguas y demás habían colocado en la pared. Apenas dos pasos.

-¿Quiere que le prepare algo de comer para llevar? –preguntó mientras sacaba la cartera del interior para extraer de ella un billete de veinte euros. Había que ser generosa. Era mucha la lástima que le infundía.

-Ay hija, te lo agradecería enormemente. Ayer ya me acosté sin cenar y hoy tampoco he desayunado.

Recordó Ainhoa la lasaña de la noche anterior. Había sobrado bastante. Podía calentarla en el microondas .y meterla en un táper cubierto con papel de cocina para mantener el calor.

-¿Le gusta la lasaña señora? –le preguntó mientras se dirigía a la cocina

-Sí, hija sí -le repondió con sencillez y humildad a sus espaldas, entrando a la casa-. Lo que sea.

Se sintió extrañada con ello Ainhoa. Una sensación desagradable. La mujer no podía implicar amenaza alguna. Aunque viniera con una pistola en la mano, sus movimientos eran demasiado torpes y lentos. Podría apartarse con facilidad y derribarla de un simple empujón si era necesario. No lo sería. Era tan sólo una pobre mujer maltratada por la vida. Y sin embargo aquella sensación en su piel… ¡Bah! Debía ser cosa del aire. Entraba corriente con la puerta de la calle abierta y producía sensación de frío.

-Tienes una muy bonita, hija.

-Muchas gracias señora- le contestó mientras sacaba el envase de plástico de la nevera.

-Pero no es nada comparada con tu joven cuerpo.

Volvió a sentirse escamada. ¿Qué clase de comentario era aquél? ¿A qué venía?

-Oh… muchas gracias de nuevo.

-Realmente bonito. Un cuerpo precioso. Eres una mujer realmente hermosa.

Comenzaba a incomodarla aquello de verdad. Mejor terminar cuanto antes. Metió aquél en el aparato y, tras seleccionar el tiempo, pulsó el botón para accionarlo.

-Niek setore nehakaak numat…

¿Qué era aquello? Palabras ininteligibles pronunciadas en un susurro amenazador. Se volbió hacia la vieja asustada.

-Hiapanetah escripakat notalki mofe. Setaapank luma…

La miraba fijamente a los ojos mientras recitaba su hechizo. Porque era eso. Un hechizo. Un maligno y diabólico hechizo. De alguna manera lo sabía.

Se sintió marear Ainhoa. Quiso alejarse de la mujer, pero ésta la agarró por el brazo para impedírselo. En circunstancias normales un simple tirón habría bastado para liberarse, pero no en aquel estado, en el que parecía flotar o caer a través de una espiral de irrealidad.

-¡No!... ¡déjeme!.... por favor.

-Repotag  semirewoah estupadof fomol kusaj…

Mareo, intenso mareo. Cerró los ojos para intentar evadirse de él. La vieja no paraba de recitar. No podía pensar mientras lo hiciera.La presión en su brazo… ¿o era en su mano? ¿Qué era lo que ahora sentía en su mano?

Buscó apoyo en la encimera a sus espaldas, encontrando vacío en cambio tras ellas y yendo a caer contra la pared cubierta de azulejos.

Abrió los ojos confusa. De repente se vio a si misma. ¿Cómo? ¿Había abandonado su espíritu el cuerpo acaso? ¡Dios! ¿Qué estaba pasando? Se llevó una mano a la cabeza en un gesto automático derivado de la fuerte migraña que ahora sentía. ¡Horror! ¿Qué era aquello? Ante ella, ante su atónita mirada… ¡una mano decrépita y arrugada en lugar de la suya de fina porcelana y largos dedos! ¡La mano de una anciana!

Miro de nuevo al frente. A aquella mujer que era como ella. La horrible intuición en su mente…

-¿Qué me has hecho?

Sonrió diabólica.

-Intercambio de cuerpos. Ahora mi alma habita el tuyo y la tuya el mío.

¡Se sintió realmente espantar Ainhoa! Sin más, la mujer le dio la espalda para dirigirse hacia las escaleras.

-¡¡No!!!... ¡¡Espera!! ¡¡No puedes hacer esto!!

La vio sonreír con los ojos del pensamiento, que no con los físicos, pues ni siquiera se dignó volverse para atenderla.

-¡¡Espera!!...–suplicó agarrándola por el hombro.

Revolviéndose como una pantera, le golpeó aquélla con el dorso de la mano en el rostro fuertemente, haciéndola caer de espaldas sobre el suelo de plaqué. Seguido, le hundió la puntera del pie en el estómago de una potente patada.

-¡No me toques!... vieja.

Las palabras fueron escupidas con todo el odio y desprecio del mundo.

 La carne joven y hermosa no debe juntarse con la pútrida y marchita como la tuya.

La miró con auténtica aprensión.

-Me das asco… vieja.

¡Oh Dios! ¡Aquello no podía estar sucediendo realmente!

Abatida por el puro dolor, su cuerpo, ahora mustio como una flor seca, era débil y frágil en extremo. No podía soportar aquel trato.

Sin poder hacer nada por evitarlo, asistió indefensa a las maniobras de aquella mujer, que en la más total impunidad seleccionó aquellas de sus ropas que más le agradaron para ir metiéndolas en una maleta. En su maleta. ¡Oh Dios! ¡Se la había regalado su hermana mayor con motivo de su boda con Pablo!

-Dios mío… por favor… ¡no dejes que esto ocurra! ¡No lo permitas!
Apenas podía hablar. Un hilo de voz… demasiado dolor en su cuerpo.

Recogió aquella igualmente toda su documentación y el dinero y joyas que pudo encontrar en la casa. También las tarjetas de crédito. Después se largó. Sin más.


Continuará...

2 comentarios:

  1. me quede con intriga esperando la continuacion, espero que no tardara...

    ResponderEliminar
  2. Ya subió la seguna parte Gost. Ahora te queda esperar la tercera y última. ;-)

    De verdad que siento haceros esto. Sé que es una putada lo de los "continuará”. Se trata de promocionar la próxima salida a la venta de m i primera novela, con lo cual es necesario captar el interés.

    Por otro lado, es lo ideas subir algo nuevo cada semana y muy difícil sería tener que Escribir cada una un relato de 30 o 40 páginas, con lo cual se hace necesario repartirlos por entregas.

    Espero que sepáis entenderlo. Muchas gracias pro el interés. :-)

    ResponderEliminar