lunes, 25 de junio de 2012

SANGUINARIA DÉBORAH: DESENLACE. (IV DE IV)


Está muy bien. Fiesta universitaria, la noche promete. Chicos guapos luciendo palmito, tías buenas marcando con sus ceñidos tops y brevísimas minifaldas... cantidad, diversidad y calidad para elegir. Déborah se siente como una poderosa leona en la sabana, acechando camuflada entre las altas hierbas a los nutridos rebaños de rumiantes ñus, okapis, cebras... Pero hay una diferencia entre ella y las otras félidas hembras. Mientras que éstas buscan a sus presas entre las más débiles y vulnerables, la mantis humana tan sólo está interesada en las más soberbias, aquellas que imponen su dominio entre sus congéneres y destacan muy por encima del  resto. En los más poderosos búfalos, las más gráciles gacelas...

Se trata de una dedicada labor de selección y espera, viendo desfilar ante sus ojos a los posibles candidatos sin delatar sus siniestras intenciones, sus vampíricas ansias de sexo y sangre humana. La rubia de enormes y soberbios pechos, el rubio de potente tórax, la morenaza de prietos glúteos y tentadora cintura, orgullosamente expuesta y ausente de un gramo de grasa... Déborah las deja pasar ante ella sin iniciar siquiera un amago de carga. Muchas de ellas resultan magníficas piezas, pero ella busca algo especial, verdadero deleite para sus sádicos instintos.

En momento alguno llega a dudar, no obstante sentirse tensa e inquieta en alguno. Nada hay más frustrante para el cazador que la salida infructuosa, pero es lo que tiene la caza y la grandeza de la misma. Ella sabrá reconocer sin problemas aquello que busca cuando se presente y, cuando así al fin ocurra, el premio a las largas y pacientes horas de acecho tendrán su recompensa, tanto más dulce y satisfactoria cuanto más se hayan hecho esperar.

No es Déborah amiga del alcohol y el tabaco tan sólo le sirve como complemento de otros placeres. Sus biorritmos no los necesitan, ni ella tampoco. Ni para hacer su vida normal, ni para acompañar la espera y amainar sus pulsaciones. Prefiere en cambio mantenerse despierta y alerta, sus facultades plenas y afinadas, cual afiladas garras y colmillos que prestos aguardan su oportunidad.

De repente lo ve. Y sabe que ha encontrado a su presa. Alto, moreno... bien formado y de hermosos ojos verdes, destacando su esplendor incluso desde la otra orilla del mar de humana presencia que les separa. Su cabello ondulado, su sonrisa suficiente... todo en él le delata como triunfador macho alfa.

Destaca de entre el resto de machos humanos de la sala, tanto como el poderoso líder de la manada por encima los jóvenes leones que impacientes anhelan su posición en la misma, asistiendo con envidia a su placer y ascendencia sobre el harén de solícitas hembras, que para él permanecen permanentemente dispuestas.

Tan claramente como ella se ha apercibido de su presencia apenas ha hecho acto de presencia, él lo ha hecho de la suya. No puede ser de otra manera. Ninguna mujer es tan bella, ninguna tan soberbia y magnífica como la matadora de hombres.

Sonríe y él responde con otra sonrisa. Tras un breve juego de coqueteo entre sus miradas, se acerca hasta uno de los podios. La chica que en él baila duda por un momento, tras el cual le cede su puesto sin intercambiar una sola palabra. Déborah asciende entonces y procede a ejecutar en él su danza sensual, ritual de atracción tan antiguo como la vida misma, que atraerá al macho sin remisión a sus garras.

Nada podrá oponer éste para resistirse a la sensualidad de sus movimientos, la  erótica cadencia de sus caderas y sinuosos serpenteos y giros de su cuerpo. Carlos cree enloquecer. Fémina alguna podría resultar tan sexual, tan magnética y poderosamente atractiva a la vista. Las go-gós que bailan en las otras tarimas la miran con ojos que lanzan puñales, celosas de su belleza y reclamo sobre la varonil atención, y cada poro de su piel grita al mundo y la noche que la hembra anuncia su celo y busca aparearse.

Carlos la mira embelesado. Antes de encontrarse con ella tras abrirse camino por entre la marea humana para esperarla junto a la barra cuba-libre de whisky en mano, habrá escuchado al menos dos versiones de las que sobre su siniestra leyenda circulan. Pero no le importará, al igual que no le importa al macho de la mantis saber que, tras su cópula, servirá de alimento a la hembra. Déborah baila cual humana viuda negra, ardiendo el fuego del infierno en los azules zafiros que lleva en la cara y le sirven para percibir el mundo y la realidad, y cuando el súcubo danza, el simple mortal no puede más que sucumbir.

Desde su elevada plataforma lo observa y admira. Lo ama. Ciertamente lo ama. Tampoco podría ser de otra manera. Jamás podría saciar su vital voracidad producto mediocre. Tan sólo el más excelso y deseable podrá aspirar a hacerlo, y sus hormonas femeninas responden ante ello con la misma virulencia y pasión que en el resto de integrantes de su género. Tan sólo la forma de colmar ese apetito varía, exigiendo Déborah a sus amantes el sacrificio de la propia vida a cambio de sus favores.

Lo mira lujuriosa. Él sonríe, al tiempo que siente su pletórica virilidad despertar pugnando contra la tela del pantalón. Ahora es ella la que sonríe. Lasciva, provocadora... Reconoce el tipo a la perfección. Tiene novia o mujer, tampoco es que importe demasiado. Nunca lo ha hecho para ella el detalle de que estuvieran o no comprometidos. De entre lo que a ella le interesa, el hecho de si tienen o dejan de tener pareja no entra en la selección.

Él la tiene. Atractiva y solvente además, de bastante más edad seguramente. Demasiada desenvoltura y seguridad para ser algo distinto. La otra no frecuenta este tipo de lugares, ni tampoco sus amistades y círculo social. De lo contrario él evitaría mostrar tan claramente las evidentes intenciones que allí le llevan.

Un chico tan guapo y seguro de sí mismo, no puede más que tener una mujer seductora a su lado. Alguien como él siempre tiene dónde elegir. En su arrogancia buscará invariablemente a la fémina que avale sus caprichos y le permita la mantenida vida del zángano, y aún así podrá escoger de entre las que tales condiciones combinen con el atractivo.

Para cuando desciende del podio, todo está ya dicho sin palabras. Se acerca hasta él y, cuando se reúnen en la barra, se besan apasionadamente, enzarzando lenguas e intercambiando salivas sin conocer todavía el sonido de sus respetivas voces.

Él lleva una de sus manos a los deseados pechos para masajearlos con ansia, la otra a los marmóreos y elevados glúteos para acariciarlos y apretarlos. Ella se deja hacer. No le importa que todos miren. Es más, le excita. Como la consumada zorra que es, se deleita en el morbo de la provocación, exhibiéndose como la más grande de las rameras.

Gira sobre sí misma para darle la espalda y, ladeando la cabeza para continuar besándolo, dejar ver a la concurrencia como el varón recién conquistado le soba a las claras las tetas. El macho que todas desean es suyo y quiere que lo sepan.  Hoy le hará conocer el Cielo en la Tierra y tras ello nunca volverán a saber de él. Una vez ella lo haya gozado, jamás otra volverá a hacerlo.

.......................................................................................

El hombre hace girar la llave dentro de la cerradura y la puerta del bungalow se abre hacia adentro. Nade les ha visto entrar. Ella ha insistido en hacerlo en su casa, en la misma cama en que hace el amor con su pareja. Él ha aceptado cada uno de sus deseos, procurando no obstante mantener la discreción de cara a los vecinos.

Sin apenas detenerse en el salón, cruzan el mismo en dirección al dormitorio. Apenas un instante después, ya ella permanece tumbada boca arriba en la cama, sus soberbios pechos de silicona entregados a los voraces labios, que con ansia caníbal devoran sus pezones mientras las grandes y masculinas manos los estrujan. Ella se retuerce de placer, gimiendo como la mayor de las putas, explayándose en el goce de follarse al hombre de otra en su propio templo.

 Con morbo enfermizo, ladea la cabeza para mirar la foto en el portaretratos de la mesita de noche. No se ha equivocado. No suele hacerlo. Se trata de una mujer hermosa, bastante mayor que él. Como unos veinte años aproximadamente, quizá algo menos. Hermosa, rubia… muy rubia... de preciosos ojos azules y voluptuosos labios de colágeno. Evidentemente adicta a la cirugía y el culto al cuerpo, merced a lo cual mantiene la belleza de sus mejores años apenas alterada. En su mirada la seguridad de quien sabe lo que quiere. Déborah suspira y siente como llega incontenible la avenida del placer, arrollándolo todo y empapando la tela de su liviana falda, ausente bajo ella cualquier tipo de ropa interior, embriagada en el morbo de la profanación del altar de tan soberbia hembra.

Le resulta vagamente familiar. Probablemente la conozca, piensa, y su orgasmo se ve alargado con tal pensamiento. ¿O tal vez se trata de uno nuevo? Qué más da. Lo único que importa es el placer, se dice, y para cuando salga de aquí habrá saturado y rebasado la capacidad de cada uno de sus receptores.

-¡Pero qué puta eres! –la halaga él, sabedor ya a estas alturas de que ella gusta de ser tratada como la mayor de las rameras-. Estás encharcada –aprecia, los dedos de una de sus manos acariciando y perforando su raja.

-¡Síiiii...!

Ella se retuerce de puro gusto y él no le permite relajarse en su deleite, entregado totalmente al empeño de procurarle el mayor de los goces que su viril condición sea capaz  de deparar en femenina anatomía.

Él ya ha escuchado las historias. No les ha dado demasiado crédito. Sin embargo se ha dicho también que, aunque fueran ciertas, gustoso entregaría la vida por poseerla.  Jamás renunciaría a hembra así por nada del mundo. Hacerla suya es lo más a que puede aspirar varón alguno en toda su existencia y con placer cualquiera en tal condición abandonaría la misma en pago de ello.

Ella experimenta nuevas sensaciones. En su enfermizo morbo vampírico, siempre ha buscado escenarios góticos y siniestros para sus más secretas actividades. Mausoleos, cementerios, casas de campo abandonadas... invariablemente de noche, cubierta por el cómplice manto de las estrellas y la oscuridad.

 Ahora en cambio se encuentra en el mismo domicilio de su nueva e inminente víctima. Habrá de buscar una nueva forma de hacer desaparecer el cuerpo y cualquier huella que delate su presencia y aun la existencia del homicidio. Todavía no sabe cómo la hará,  pero sí tiene la certeza de que su extraordinariamente dotada inteligencia encontrará la manera. Por el momento tan sólo se preocupa por gozar y el nuevo reto supone un aliciente añadido al morbo de lo criminal.

-Te excitas como una perra haciéndolo en la misma habitación que tu amante comparte con su mujer, ¿eh?

-¡Síiiii!... ¡¡Como una perra!! –admite sumida todavía en su orgasmo. -¿Y tú? –pregunta a su vez-. ¿Disfrutas poniéndole los cuernos en su propia cama?

-¡¡Uufffff...!! –es la única y elocuente respuesta de él.

Liberándola de su prisión de tela, Déborah agarra con ganas su verga y la aprieta en su mano, provocándole un profundo suspiro de placer. Ya antes, en el trayecto en automóvil hasta la casa, ha tenido oportunidad de deleitarse saboreando y tragando golosa su esencia. Ahora quiere sentirla perforando sus otros agujeros.

-¿Por dónde prefieres metérmela primero?

El varón alucina.

-Por el detrás… ¡quiero metértela por detrás!

Ella lo mira con lujuria y provocación, el fuego del pecado brillando en sus ojos.

-Hazlo…

Más que como una orden, suena como una súplica. Carlos sonríe. Desde luego, nada más lejos de su ánimo que el dejar de complacerla.

Colocándose a cuatro patas sobre el colchón, Déborah apoya la cara en él, mirando hacia los pies de la cama, y alza sus nalgas lo más que puede en claro deseo de dejarlas lo más expuestas posible y a fin de sentirse lo más profundamente penetrada que la carnal longitud del miembro de su amante permita.

Éste levanta la tela de su larga y liviana falda negra para descubrir sus posaderas y ella lleva las manos hasta sus cachas para abrirlas y ofrecerlas solícita.

-Métemela, por favor... de un sólo golpe. ¡Hasta el fondo!

La mezcla de sadismo y masoquismo en los impulsos de la mantis humana, es algo que ni ella sabría distinguir claramente. Tampoco ha intentado nunca hacerlo. No le preocupa separar donde acababa lo uno y empieza lo otro, limitándose tan sólo a gozar.

El ariete de carne entró violentísimo, tal como ella ha pedido, arrancándole un agónico alarido de placer y dolor a la vez, colocándola al borde del orgasmo de nuevo. Al mismo tiempo que éste se abría camino a lo bestia en sus entrañas, en la puerta del dormitorio hizo aparición una femenina presencia.

-¡Isabel! –exclamó él alarmado.

Déborah, por su parte, sientió una nueva marea de fluido placer en su más íntima feminidad al reconocer en el asombrado rostro a la mujer de la foto. Sin experimentar nada más allá del más perverso de los morbos, reculó hacia atrás para introducirse más profundamente el masculino miembro que, ante la inesperada sorpresa, había retrocedido algunos centímetros.

El desconcierto cedió paso a la ira en la expresión de las hermosas facciones, dejando caer su elegante dueña el bolso que en la mano porta para cargar contra ella y, agarrándola por los pelos, traccionar derribándola de la cama.

Pero no es una asustadiza corderilla lo que entre manos había colocado la soberbia cuarentona, sino una agresiva e indómita tigresa que, revolviéndose para ponerse en pie, sacó un formidable directo que, potente cual misil, se estrelló contra su cara partiéndole el labio y haciéndole caer de espaldas atontada por el impacto. Dos años de práctica del kick boxing hacían de Déborah una mujer difícil de tratar a las bravas para sus compañeras de género.

Momentáneamente fuera de combate, permaneció no obstante consciente. Sonriente en su triunfo, Déborah aprovechó tal indefensión para, inclinándose sobre ella, lamer el hilo de sangre procedente de la herida y deleitarse en su sabor. Los hermosos ojos azules mirándole indefensos a través de la niebla de la semiinconsciencia. De nuevo no había andado errada. Conocía a la hembra.

-No lo tomes así, mujer. Podemos compartirlo.

La miró extrañada, como sin entender.

-Es un excelente varón el tuyo. Seguro que  tiene para las dos. Después me largaré y volverá a pertenecerte exclusivamente.

Algo recompuesto del sobresalto, él mismo acudió presto al lado de su chica.

 
-Isabel, perdona... ya sabes que soy un poco bala perdida.

A él lo miró con odio. No obstante, tras éste evidente la clara falta de fuerza para oponerse a su voluntad. Inexplicablemente, el hermoso sabe convencerla para que acceda al menage a trois, aun a pesar del potentísimo golpe que el labio le ha partido y en tan humillante situación la ha dejado.

Déborah sintió de nuevo desprecio por la condición femenina que compartía. ¿Por qué tantas mujeres resultaban tan débiles ante los hombres? ¿Por qué con más facilidad que ellos eran víctimas de sus estúpidos enamoramientos? ¿Por qué aquella debilidad por la cual, a menudo, lo abandonaban todo e incluso sacrificaban su propia dignidad a cambio de satisfacer sus apetitos carnales?

No era el primer trío en que participaba la mantis humana. Dos hombres para ella, dos mujeres para un chico, orgías, intercambios de parejas... todo lo había probado. Sin embargo el morbo estaba en encontrarle cada vez un nuevo aliciente al asunto, y en esta ocasión resultaba el hallado muy poderoso.

Con fruición lamió y fue lamida. Saboreó con deleite la vulva de la que hasta momentos antes fuera su rival, mientras el macho de ésta retomaba su deliciosa actividad de profundización anal. Intercambió salivas y fluidos con ambos, antes de en esa posición arribar al acto final del drama.

Llegado el momento del advenimiento del máximo placer de la rubia hembra, extrajo un grueso alfiler oculto entre sus largos y negrísimos cabellos. Tranquila, relajadamente, sin que en momento alguno semejara precipitar los acontecimientos. Con toda la templanza del mundo, mientras aquella clamaba su goce entre suspiros y gemidos, lo hundió profundamente en su ingle, cortando éste al punto y reclamando la azul y sorprendida mirada, que sin comprender cuestionaba en silencio acerca de la fuente de su dolor.

-¿No te gustan mis besos?... Los tuyos fueron resultaron más traicioneros.

La magnífica madura la contemplaba totalmente confundida, sin entender, mientras con el macho cabalgante debía ocurrir otro tanto a juzgar por el cese en sus embestidas, totalmente ajeno a lo ocurrido desde su posición a sus espaldas, oculta la escena y el alfiler clavado a sus ojos.

-No me reconoces, ¿verdad?

La confusión en los de ella parecía ir en aumento.

-¿Ya no te acuerdas de tu querida niñita... mamá?

La rubia dio un respingo al tiempo que su alma un vuelco en su pecho, su mirada reflejando el horror deparado por la comprensión.

-¿Te horroriza lo que acabas de hacer con tu propia  hija, mamá? –pregunto ella en insano y enfermizo deleite en la tortura psicológica-. ¿Te horroriza haberte revolcado con ella como la mayor de las rameras? –insistió acusadora-. Pero nunca te horrorizó abandonarla por un macho, ¿verdad?

Antes de que la sorprendida progenitora pudiera salir de su pasmo para reaccionar, Déborah extrajo la aguja, liberándola de la prisión de carne que la sujetaba. Perforada la artería, la explosión de vital elixir carmesí vino a estrellarse incontenible contra el rostro de la que un día llamara hija, que con la boca abierta recibió el premio a su obra.

-¡¡¡Isabel!!! –gritó repentinamente sobrecogido y alarmado el hombre, arrojando violentamente a un lado a su preciosa última conquista para acudir en su auxilio.

Déborah cayó golpeándose contra la mesita de noche en el costado, al tiempo que él se lanzaba a colocar su mano contra la herida en un intento por tamponarla.

-¡¡Isabel...!! ¡Hay que llamar a un médico!

Fue lo último que pensó, antes de que la lámpara que hasta momentos antes descansara sobre aquella viniese a destrozarse contra su cabeza, sumiéndolo en el negro mundo de la inconsciencia merced a un poderoso golpe descendente descargado por la bella y sanguinanaria psicópata.

Altiva, Déborah contempló a su madre. El hermosísimo rostro de finísima porcelana cubierto de sangre, los deslumbrantes zafiros ardiendo en él como nunca, azul sobre rojo.

-Hoy no morirá el macho.

Su madre la miró horrorizada, saltando de la cama al tiempo que tomaba la almohada para comprimir la herida en desesperado intento por contener la hemorragia. La idea era salir a la calle a gritar y pedir socorro.

-No hay caso mamá. He perforado tu arteria ilíaca, mucho más gruesa que la femoral. Morirás en unos instantes, mucho antes de que la ayuda médica pudiera acudir en tu ayuda.

Aterrorizada, la contemplaba con ojos desorbitados al comprender que lo que su heredera decía era verdad y ante ella se presentaba el horror de afrontar el propio final. Nunca Déborah sabría ya si se sorprendió cuando vio la primera lágrima correr por sus mejillas.

-¿Por qué lo hiciste? Te quería más que a nada en el mundo. Confiaba en ti a ciegas y sin condiciones...
Rota su compostura, la bella asistió al final de su progenitora llorando amargamente, desaparecido todo vestigio de la formidable matadora para, una vez más, volver a ser tan sólo una vulnerable y asustada niña abandonada.


.......................................................................................

“Querido Miguel:

Hola de nuevo, ¿cómo estás? Me alegró mucho recibir tu última carta. Aquí todo sigue igual. No debes preocuparte por mí, estoy bien. Las otras reclusas no me molestan. Muchas de ellas se declaran abiertamente admiradoras mías y se acercan buscando mis amistad. En realidad creo que todas me temen.

 Las hubo que al principio me recibieron con  hostilidad, imagino que en intento de dejar me claro que, a pesar de mi fama, aquí tan sólo soy una más. Sin embargo aparecieron muertas un par de ellas en los aseos poco después, con apenas días de diferencia entre una y otra muerte y de forma violenta. Es de imaginar que estarás al corriente por las noticias. Ni la policía ni los servicios penitenciarios han conseguido resolver el misterio, con lo cual todos me señalan de nuevo, alimentando mi negra leyenda. Me han cambiado un par de veces de prisión desde entonces, pero, invariablemente y vaya donde vaya, las presas me reciben con  temor y, si se acercan a mí, es para mostrarme su amistad y respeto. En fin...

Supongo que ya estarás al tanto de la sentencia. Me han condenado a cumplir al menos cuarenta años de cárcel antes de poder pisar la calle de nuevo. Los supuestos introducidos para los casos más graves en el Código Penal así lo m permiten y a nadie le cupo duda de que el mío quedaba plenamente incluido en ellos. Saldré bastante antes, claro. En Europa no existe la pena de muerte y no hay prisión capaz de retenerme en ella contra mi deseo. Probablemente las autoridades y el Juez de Vigilancia Penitenciaria lean estas palabras, pero no importa.

 Saben que el único motivo por el que me encuentro aquí ahora, es porque así lo encontré oportuno yo misma. Pude matar al amante de mi madre y haber hecho desaparecer sus cuerpos y toda evidencia de mi implicación en sus muertes, como había hecho hasta entonces. No fue así. Ya conoces la historia. Me entregué voluntariamente. Lo único que tuvieron de base para condenarme por aquéllas, fue mi propio reconocimiento de culpabilidad y el señalamiento del lugar en que podrían encontrar los restos de mis víctimas.

Saben pues que mi inteligencia es algo muy superior a lo que ellos pueden manejar y retener, y en el momento que considere llegado el de mi evasión, nada podrán hacer por evitarla.

Creo que aun tardará sin embargo. Me encuentro vacía y entiendo que mi lugar está en prisión, recibiendo el castigo que merezco por tanto dolor y sufrimiento como sembré. Lamento caso todas las vidas que arrebaté, salvo la de mi madre. Quizá tampoco alguna más que mereciera el fin que le di. Mi madre…Creo que en realidad y aunque la odiase y despreciase, nunca dejé de quererla. Supongo que ello debió de crear profundos traumas en mi mente infantil y preadolescente. Me enseñó a odiar y despreciar la debilidad de la condición femenina que la llevó a abandonarnos por un hombre. En mi psicología femenina de niña que se sientió traicionada y en ausencia de su figura, debí buscar otro culpable a quien acusar, encontrándolo en la condición masculina, que en mi traumática experiencia percibía como beneficiaria final de esa debilidad. Cuando comenzaron a nacer en mí los apetitos sexuales propios de toda hembra, esos mismos que habían movido a mi madre a abandonarnos, debí odiarme al no poder escapar a ellos, y sólo buscando a aquellos culpables imaginarios y saciando mi venganza sobre ellos conseguía silenciar, aunque sólo fuera momentáneamente, aquella acusatoria voz interior.

Muerta mi madre sin embargo, el ciclo se cerró. Desaparecida la fuente de mi odio y mis traumas, desaparecieron igualmente éstos al igual que los charcos cuando deja de llover y vuelve a salir por fin el sol que los seca.

Por el momento siento pues que mi lugar está aquí, cumpliendo el castigo que se me impuso y, desde luego, merezco. Pienso sin embargo que ninguno será superior al de la voz de mi propia conciencia, que siempre me recordará las vidas que segué, varias de ellas totalmente inocentes. Toda sanción por debajo de la pena de muerte resulta una parodia en un caso como el mío. No soy tan valiente como muchos pensáis. Si realmente lo fuera, hace ya tiempo que me habría quitado la vida, incapaz de soportar esa voz de mi conciencia. Pero no lo soy. Y en ausencia de ese valor, he llegado a la conclusión de que lo mejor que puedo hacer en honor a la memoria de mis víctimas, es emplear mi privilegiada inteligencia para perseguir a otros asesinos y, en la medida en que sea posible, contribuir a evitar nuevas muertes. Esa será mi misión por el resto de mis días. La matadora de hombres se convertirá en azote de otros psicópatas, muy probablemente en colaboración con los cuerpos policiales de otros países. Hay cosas… cuando considere llegado el momento, sabré salir de aquí y cómo hacerlo.

Bueno Miguel, llego ya al fin de mi carta. Cuídate mucho y no me olvides, por favor. Más allá de mi padre y mi hermano, has sido lo único puro que he tenido y la única persona a la cual me he preocupado por ayudar en esta vida. Nunca lo olvides. Un besazo muy grande.

Déborah.



Centro Penitenciario de Alcalá de Guadaira (Sevilla-Mujeres) 12-03-2012



No hay comentarios:

Publicar un comentario