domingo, 7 de octubre de 2018

EXPEDIENTE VALLECAS, CUARTO MILENIO, FRAUDE Y POSTERIOR COMENTARIO DE ÍKER JIMÉNEZ AL RESPECTO



Acabo de ver el programa. Suelo hacerlo siempre que puedo, pues a pesar de que el 90 % de lo que traigan a él es pura morralla y simple cuento (centrándonos en el tema paranormal), de vez en cuando traen testimonios o reportajes que están muy bien. La tónica general no obstante, deja mucho que desear. Como el comentario final de Íker esta noche. Todo lo acertado que suele estar en nuestra opinión cuando trata de política, temas sociales, etc, lo suele estar de desacertado cuando intenta justificar lo injustificable. 

Cuando vi el capítulo reciente en que se trataba de nuevo el asunto del conocido como “Expediente Vallecas”, me pareció bastante interesante. El testimonio de un oficial de policía goza de presunción de veracidad, y a la hermana de la chica cuyo fallecimiento dio pie al asunto se la veía sincera en la emotividad del suyo. No obstante ello, se apreciaban también claras lagunas y puntos sospechosos en la recapitulación de los hechos. Así, a bote pronto y que recuerde:

-El que cosas como el giro del crucifijo y arañazos al póster se hubieran producido en el momento en que los agentes estaban ausentes porque habían acudido a otro punto de la vivienda a consecuencia de algún otro suceso extraño que había llamado su atención, resultaba muy escamante. Si realmente fue cosa de fantasmas, ¿por qué esperaron éstos a que no hubieran testigos para hacer aquello? ¿Acaso son tímidos? 

-Que otras como la puerta del armario que se abrió ocurriera apenas después de haber apagado la luz, resulta prácticamente una confirmación de la existencia de fraude. ¿Por qué no a plena luz?
-El ruido escuchado por los agentes, que aseguraron ser de tipo metálico y provenir del exterior de la terraza, invitaba claramente a pensar en la intervención desde fuera de alguien confabulado.

Hace unos días se publicaba una entrevista (*) con dos de los hermanos de la chica fallecida, en la cual afirmaban que todo se debió a la simple sugestión y el montaje en que parcialmente derivó el asunto. Ese sonido de que hablábamos unas líneas más arriba, lo provocó él mismo arrojando una piedra desde un balcón contiguo por orden de su madre, auténtica orquestadora de todo aquello. La intervención de payasos varios, autoproclamados expertos en ocultismo y cuyo nombre o psudónimo preferimos omitir para no contribuir a darles una notoriedad que no merecen tan despreciables personajes (afortunadamente, también hubieron otros, como el mítico Dr. Jiménez del Oso, que hicieron gala de seriedad y honestidad, aconsejando en sentido mucho más positivo y acertado), ayudó a la familia a convencerse de que allí estaban teniendo lugar sucesos paranormales. Luego la propia progenitora, animada por éstos al parecer, decidió pasar directamente al fraude y engaño, mediando inclusive maltrato físico y amenazas a sus hijos, que además acabaron sufriendo bullying. Poco le importaba al parecer el sufrimiento de sus vástagos a esta mujer con afán de notoriedad diagnosticado por profesionales de la Psicología.

Íker salía hoy a defenderse de las acusaciones que le habían llovido, que prácticamente le convertían en cómplice del montaje. No lo era. Ahora sí. Engañar no es sólo inventar y  mentir. También lo es fomentar que se crean las mentiras vertidas por otros.

Hoy razonaba el capitán de la Nave del Misterio que todo esto no era más que la opinión de dos de los integrantes de la familia, discrepante por lo demás de la del resto de ésta. La “opinión”… Tanto Ana como yo somos abogados de profesión. Nunca se nos había ocurrido considerar un reconocimiento de autoría de hechos como una mera “opinión”. Un asesino confeso… ¿opina que fue él quien mató a la víctima? ¿La suya es sólo una opinión, tan válida como la de quien opine que no lo fue?... Por favor, un poco de seriedad. El argumento de Íker es simplemente ridículo. El resto de familiares podría mentir o, simplemente, no estar al tanto de los fraudes perpetrados a instancias de la madre. El hermano que afirma arrojó la piedra en cambio, no tiene por qué mentir, pues no gana nada con ello, y además la forma en que afirma que se produjo aquel sonido en la terraza, coincide con la idea que comentaba yo mismo me hice de lo que parecía haber ocurrido.

No obstante todo lo anterior, hay que puntualizar que no todo el asunto se ve totalmente claro. Si bien es lo más aparente que la cosa comenzó con la pura sugestión y, a partir de algún momento, pudo continuar con la participación consciente y dirigida a engañar de algunos miembros de la familia, aún encontramos ciertos puntos a los que podrían acogerse los partidarios de la teoría paranormal. El día en que los agentes acudieron a la vivienda era frío y lluvioso, y el crucifijo pudo haberse descolgado a consecuencia del viento… la puerta del armario pudo haberse abierto a consecuencia de la caída en su interior de alguno de los álbumes de fotos que habían sacado hacía unos momentos, lo cual solía ocurrir a veces… Por separado parecen explicaciones razonables, pero, realmente, ¿cuántas probabilidades hay de que ambas cosas ocurran con apenas unos minutos de diferencia de forma puramente casual y, además, coincidiendo con un momento de comprobación de la posible existencia de fenómenos paranormales en la casa? Ciertamente pocas. Aunque también parece muy probable que la cosa estuviera preparada. Igual que el hermano declarante arrojó la piedra por orden de su progenitora sin, quizá, el conocimiento o intervención de los demás, con las mismas otros podrían haber causado aquellos otros “fenómenos” con el desconocimiento del resto.

Está por otro lado el testimonio de otra hermana, la que estuvo presente en la famosa sesión de oui-ja, que afirma que un humo blanco se introdujo en la nariz de Estefanía, que vio a ésta levitar y que ella también vio presencias espectrales en su casa mientras duró la supuesta posesión. No obstante, a pesar de su aparente emotividad, visto lo visto y que se trata además de cosas muy propias de las películas del género, habría que poner sus palabras muy en duda, lo cual ciertamente resulta triste. Si todo finalmente fuera pura invención, si hay gente capaz de utilizar la muerte de un ser querido tan sólo para obtener un beneficio tan vano como hacerse notar… en fin, muy triste. Preferimos confiar en que el asunto respondiera a la sugestión y no a la invención.

En definitiva, esta cuestión produce un sentimiento mezcla de compasión y rabia. Compasión por lo que tuvieron que vivir esos niños. Rabia por la falta de escrúpulos de una madre que no merece tal nombre y lo mancilla. Tampoco queda muy bien parado el capitán de la Nave del Misterio intentando salvar lo que se pueda, con ese argumento tan ridículo de que muchos se han quedado sólo con el titular que habla de fraude en el asunto, que no han leído la entrevista entera y, por tanto, no se han enterado de que esa es sólo la “opinión” de dos de los hermanos. Sic…

Para cerrar, tenemos que recordar que ni Ana ni yo somos escépticos a ultranza, de esos que, según Íker, cierran su mente a todo lo que encaje en los esquemas de la ortodoxia y tan mal le quieren. Ambos tendemos al escepticismo, sí, pero también somos amantes del misterio y, por razones y circunstancia personales, pensamos que quizá pueda haber algo de verdad en estos temas. No obstante, payasos mediáticos como Paloma Navarrete, planteamientos gratuitos como los de Carmen Porter, a la cual basta que una pareja de ancianos escuchen unos sonidos que les parecen extraños en el techo de su chalet para plantearse la posibilidad de abrir una investigación a fin de averiguar si allí hubo alguna muerte que pueda justificar la presencia de un ente desencarnado; búsquedas de fantasmas donde no los hay, explicaciones absurdas para evitar reconocer la ausencia de misterio en determinados asuntos, seguir hablando de éste en casos como el de la famosa casa de Amityville, ya totalmente resuelto y de fraude comprobado… no ayuda. En absoluto. Más bien todo lo contrario. A menudo sentimos que nos empujan poderosamente hacia el escepticismo, a pesar de esas evidencias y circunstancias personales de las que hablamos y nos constan.

Artículo escrito por Alma Negra. 

     * http://www.elmundo.es/cronica/2018/09/26/5ba7641922601dd2528b4640.html

lunes, 31 de octubre de 2016

EL MONTE DE LAS ÁNIMAS (Gustavo Adolfo Bécquer). ESPECIAL HALLOWEEN





La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.


I
-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las ánimas.
-¡Tan pronto!
-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
-Ese monte que hoy llaman de las ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.


II

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que vinistes a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atencion. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
-Sí.
-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
-No sé.... en el monte acaso.
-¡En el Monte de las ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las ánimas!
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche.... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcóny las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.


III

Había pasado una hora, dos, tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas; tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!

 
IV

Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.



viernes, 13 de mayo de 2016

EL ORIGEN DE LA MALDICIÓN DEL VIERNES 13




El miedo por los viernes 13 tiene su epicentro histórico en una fecha que quedó marcada por el misterio y la traición: el viernes 13 de octubre de 1307. En la madrugada de este día, el Rey francés Felipe IV inició una brutal persecución contra la Orden de los Caballeros Templarios que provocó el arresto masivo de sus miembros.

Felipe IV persuadió al Papa Clemente V para que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos a través de la práctica de ritos heréticos. No obstante, se trataban de falsedades sin base alguna para ocultar las verdaderas causas de carácter económico. El Rey de Francia ambicionaba acabar con la poderosa y acaudalada orden militar, convertida en el principal prestamista de la corona francesa y de otros países europeos.

Aconsejado por su ministro Guillermo de Nogaret, Felipe IV despachó correos a todos los lugares de su reino con órdenes estrictas de que nadie los abriera hasta la noche previa a la operación: el jueves, 12 de octubre de 1307. Los pliegos ordenaban la captura de todos los templarios y la requisa de sus bienes.

El 12 de octubre de 1307, a la salida de los funerales de la condesa de Valois, el gran maestre, Jacques de Molay y su séquito fueron arrestados y encarcelados. Durante la madrugada del viernes 13, la mayoría de los templarios franceses fueron apresados y sus bienes confiscados bajo pretexto de la Inquisición. 

 

LA MALDICIÓN DEL ÚLTIMO MAESTRE

El proceso fue del todo irregular. Sin ir más lejos, los templarios habían de ser juzgados con respecto al Derecho canónico y no por la justicia ordinaria de Francia. Asimismo, Guillermo de Nogaret –mano ejecutora del Rey– estuvo bajo la excomunión formal de la Iglesia desde el principio hasta el fin de los procesos. Por medio de la tortura, la Inquisición obtuvo las declaraciones que deseaba, incluso del Gran Maestre, pero estas confesiones fueron revocadas por la mayoría de los acusados posteriormente.

En 1314, Jacobo de Molay, Godofredo de Charney, maestre en Normandía, Hugo de Peraud, visitador de Francia, y Godofredo de Goneville, maestre de Aquitania, fueron condenados a cadena perpetua, gracias a la interferencia del Papa y de importantes nobles europeos. No en vano, encima de un patíbulo alzado en Notre-Dame, donde se les comunicó la pena, los máximos representantes de la orden renegaron de sus confesiones: «¡Nos consideramos culpables, pero no de los delitos que se nos imputan, sino de nuestra cobardía al haber cometido la infamia de traicionar al Temple por salvar nuestras miserables vidas!».

Aquel mismo día, se alzó una enorme pira en un islote del Sena, denominado Isla de los Judíos, donde los cuatro dirigentes fueron llevados, esta vez sí, a la hoguera. Según se cuenta entre el mito y la realidad, antes de ser consumido por las llamas, Jacobo de Molay se dirigió a los hombres que habían perpetrado la caída de los templarios: «Dios conoce que se nos ha traído al umbral de la muerte con gran injusticia. No tardará en venir una inmensa calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia. Dios se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo pereceré con esta seguridad». Fuera real la frase o un adorno literario añadido posteriormente por los cronistas, la verdad es que antes de un año fallecieron tanto Felipe IV como Clemente V.

 

OTRAS CONNOTACIONES NEGATIVAS

Otros historiadores sugieren que el origen de la superstición es cristiano y se remonta a la Última Cena, que tuvo trece comensales (Jesús y sus doce discípulos), y tras la cual se produjo lugar la crucifixión de Jesús, precisamente en viernes.

Curiosamente, el viernes es el día de la semana que más veces ha coincidido en día 13 a lo largo de la historia. Según el calendario gregoriano, cada 4.800 meses el día 13 ha caído 688 veces en viernes, frente a 685 en lunes o martes, por ejemplo.